jueves, 27 de septiembre de 2012

Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera

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Reseña crítica de la obra de Paul Willis: Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera (1977) Madrid-España, Ediciones Akal S.A., 1988

La obra, tal como lo indica su subtítulo, intenta dar respuesta a la pregunta de por qué los chicos de clase obrera1 de un pueblo industrial de Inglaterra en la década del 70 acceden, al terminar la escuela, a empleos de clase obrera y, principalmente, ligados a actividades manuales o fabriles. Más allá del tema específico planteado por Willis, como pregunta inicial, el eje central de la obra gira en torno a cuál es la dinámica y las formas de la “reproducción global de la totalidad social” así como ésta es vivida, sentida, experimentada, significada y también en qué medida es resistida y cuestionada por los agentes que, en el caso que analiza el autor, son alumnos “varones de raza blanca de la clase obrera” de una escuela secundaria. El análisis de Willis se centra en dar cuenta del conjunto de prácticas, creencias, costumbres, valores y representaciones que tienen los chicos de clase obrera es decir, los procesos culturales propios y más específicamente, puesto en los términos del propio autor, la cultura contraescolar. La estructura del texto se divide en dos grandes partes. En la primera de ellas, titulada “Etnografía”, el autor presenta el material empírico recogido (fragmentos de observaciones y entrevistas), la metodología utilizada (que básicamente consiste en etnografía y entrevistas en profundidad tanto individuales como grupales) y el trabajo de campo (que se desarrolla en el pueblo industrial inglés y, en particular, en la escuela secundaria y en las fábricas que luego emplearon a los jóvenes de clase obrera). La segunda parte del libro lleva por título “Análisis” y, tal como lo indica su nombre, se dedica a la reflexión teórica y conceptual del desarrollo planteado en la primera parte.
La primera parte de la obra se divide en 3 capítulos. El primero de ellos se llama “Elementos de una cultura” y en él Willis identifica los principales componentes de la cultura de su objeto de estudio, los jóvenes de clase obrera, y que define como cultura contraescolar. Willis sostiene que ésta se caracteriza por su oposición y rechazo a toda forma de autoridad dentro del ámbito escolar y que se halla presente en un grupo de alumnos que denomina, en su traducción al español, como “colegas”. Este grupo afirma su identidad en términos de informalidad y alteridad con la autoridad escolar y con aquellos alumnos sumisos, conformistas y complacientes con la institución escolar y los adultos, llamados “pringaos”. Por tal motivo, la “cultura contraescolar” se manifiesta en determinadas prácticas y costumbres que diferencian a los “colegas” de los “pringaos” y de la autoridad escolar, personificada en profesores y directivos, y cuyos elementos principales están en el modo de vestirse y el consumo de tabaco y alcohol. Willis reconoce otros aspectos que conforman la “cultura contraescolar”: el sexismo, el racismo y el desprecio por el conocimiento portado por los profesores así también como ciertos comportamientos que consisten en bromas, chistes y la provocación de incidentes, o disturbios irrespetuosos de la normativa institucional. La “cultura contraescolar” queda así definida en función de la pertenencia a un grupo, los “colegas”, que afirma su identidad por oposición a la autoridad escolar y a otros grupos sociales tales como los “pringaos” o conformistas, las chicas y las minorías étnicas.
En los siguientes capítulos de la primera parte, Willis se ocupa de mostrar los puntos de contacto que existen entre la “cultura contraescolar” y la cultura fabril de la que, próximamente, los “colegas” formarán parte. De este modo, el autor expone cómo el machismo, la virilidad, cierto bromeo sobre la autoridad y la valoración del saber práctico y la habilidad manual (en detrimento del conocimiento académico) se hallan presentes tanto en lo que ocurre en la escuela con los “colegas”, como lo que ocurre con los obreros al interior de la fábrica. Willis observa también cómo el paradigma de la enseñanza es cuestionado por la “cultura contraescolar” ya que los colegas advierten que la obtención del título secundario no es una llave para el acceso a un trabajo mejor y distinto del que tendrían sin pasar por la educación formal, mucho menos aún para el cursado de estudios superiores (cuestión que ni siquiera se menciona). Por tal motivo, el sentido que para los “colegas” tiene la permanencia en la escuela se concentra exclusivamente en su aspecto represivo y no en las posibles ventajas asociadas a la obtención de un título o (mucho menos aún) a la formación intelectual. Esto implica que para los “colegas” ir a la escuela en modo alguno constituye un “intercambio de equivalentes” (sumisión a las normas institucionales a cambio de acreditación escolar) como lo plantea el paradigma de la enseñanza. El autor muestra así de dónde brota la oposición de la “cultura contraescolar” a la autoridad institucional y señala que “la experiencia total de la escuela es algo de lo que los ´colegas´ definitivamente quieren escapar”. Lo que espera a los “colegas” cuando logran “escapar” de la escuela es la fábrica, donde la permanencia en este lugar (señala Willis) tiene un sentido más claro y definido: afirmar la masculinidad y la actividad productiva (podríamos decir el “sentirse útil”), además de la ya conocida “oposición a la autoridad” presente en la escuela.
La segunda parte del libro está dedicada al análisis teórico de la cuestión planteada en la primera. La pregunta de Willis sobre la reproducción social, gira en torno a cómo es posible que los procesos de diferenciación y de oposición a la autoridad establecidos por los “colegas” en su recorrido por la escuela (y que son caracterizados por él como “cultura contraescolar”) se traduzcan mas tarde en una cultura obrera fabril o ligada al trabajo manual. El análisis de la cultura propia de los sectores dominados o subalternos reconoce dos perspectivas extremas y contrapuestas entre sí. Una de estas es la perspectiva populista que parte del relativismo cultural para plantear que la cultura de los sectores subalternos tiene un carácter propio, distintivo y cuestionador, respecto de la cultura dominante. Aquí se dejan de lado las relaciones de poder y dominación para realizar el análisis de los procesos culturales de los sectores populares y se hace hincapié en el carácter autónomo de la cultura popular. En el otro extremo, se halla el miserabilismo, que tiene como punto de partida el legitimismo (Grignon y Passeron, 1991) y considera que la cultura de los sectores dominados o cultura popular reconoce su especificidad y su razón de ser en las relaciones de dominación y poder de las cuales es tributaria. En esta visión, la cultura popular opera como un reflejo u homologación de las relaciones de clase en la cual está inmersa y es, por consiguiente heterónoma e incapaz, de desarrollar una particularidad propia y de cuestionar la cultura dominante. ¿Dónde se ubica Aprendiendo a trabajar dentro de esta tensión miserabilismo-populismo? La propuesta y la apuesta hecha por Willis, es la de no caer por completo en ninguno de los dos extremos y “pivotear” entre ambos2 dando lugar al análisis en dos dimensiones o niveles distintos pero no excluyentes. Para esto el autor intenta dar cuenta sobre el significado que la cultura tiene para los sujetos, identificando los elementos propios de la “cultura contraescolar”, a los que define como penetraciones, sin perder de vista las relaciones de dominación en las cuales la misma producida y reproducida (limitaciones). En tal sentido, en el capítulo 5 del libro, se da cuenta de la especificidad, lo propio y el carácter cuestionador de la “cultura contraescolar” y su posterior prolongación o reaparición en el mundo laboral. El autor advierte así que, para los “colegas”, la venta de la fuerza de trabajo se presenta como un momento de libertad, elección y trascendencia en el que da lo mismo la actividad laboral concreta y particular que deban realizar a cambio de dicha venta (Willis introduce aquí la noción marxista de “trabajo abstracto” para ilustrar esta indiferencia en la elección del empleo). De este modo, observa Willis, los “colegas” resignifican el trabajo abstracto al quitarle su anclaje al tiempo. Éste, a su vez, adquiere otro sentido distinto al burgués (que lo concibe en términos de producción de valor y generación de ganancia). En el capítulo 6 en cambio, el autor analiza la cultura de la clase obrera ubicándose en el otro extremo, el miserabilista, y advierte cómo operan las relaciones de dominación, subsunción y explotación en la “cultura contraescolar” a partir la presencia de determinados elementos (limitaciones): la ausencia de organización política, el patriarcado, el machismo, el racismo y el desdén tanto por la educación formación (bajo la forma del desprecio de los títulos oficiales) como por el trabajo intelectual.
En el capítulo 7, Willis continúa con su análisis de la “cultura contraescolar” en los dos niveles o dimensiones incorporando el papel de la ideología. Lo que aquí muestra el autor, es que la ideología se traduce por un lado, en una confirmación del lugar subordinado o subalterno que ocupa la “cultura contraescolar” dentro de la estructura social, que se expresa en una naturalización y en la conformación de “un sentido común” acerca de las divisiones al interior de la clase obrera (sexual, racial, etc.). Por otro lado, Willis encuentra que la ideología juega un papel de dislocación de la “cultura contraescolar” en relación al orden establecido, ya que cuestiona el planteo del paradigma de la enseñanza acerca del ascenso social a través de la obtención de títulos. Para los “colegas” todos los trabajos son iguales mas allá de la forma concreta que tome la actividad laboral, se trata (en definitiva) de vender la fuerza de trabajo por mas títulos que se consigan.
El capítulo 8 se titula “Notas para una teoría de las formas culturales y de la reproducción social”, en él Willis expone las conclusiones de su trabajo. Lo que el autor aquí destaca es, en primer lugar, que los procesos culturales no pueden ser pensados como meros reflejos de las relaciones de dominación (cuestión que queda clara en la incorporación de la mirada de la “cultura contraescolar” a partir de las penetraciones y las dislocaciones). En segundo lugar, el autor advierte que en la aceptación de trabajos manuales por parte de los “colegas” existe un proceso de construcción y de afirmación de una identidad subjetiva, el cual no puede abordarse en términos “mecanicistas o estructurales”. En tercer lugar, Willis sostiene que los sujetos sociales si bien reproducen el orden establecido no lo hacen pasivamente sino que, por el contrario, “son apropiadores activos que reproducen las estructuras existentes a través de la lucha, de la contestación y de una penetración parcial de aquellas estructuras” (p. 205). Por último, el autor señala que la “cultura contraescolar” genera un efecto no deseado en su oposición a la autoridad educativa y en su afirmación por oposición al mundo adulto y a los otros grupos conformistas (“pringaos”). Tal efecto es, en el planteo de Willis, la afirmación de una identidad obrera en la fábrica que logra la incorporación voluntaria de una gran proporción de chicos clase obrera hacia trabajos de clase obrera, que no es otra cosa (en definitiva) que la “autocondena” para los “colegas”.
La pregunta acerca de por qué los chicos de clase obrera consiguen trabajos de clase obrera expresa la forma que adopta la reproducción social y cómo ésta es internalizada por los agentes, cuya manifestación concreta es lo que el autor denomina “cultura contraescolar”. Willis se plantea el desafío de no caer en análisis mecanicistas, a la hora de explicar esta situación, así como tampoco a inclinar por completo la balanza hacia la capacidad creativa y autónoma del sujeto. La conclusión de su trabajo es por consiguiente, ambigua o bien, se presta a una lectura que divide por un lado condiciones objetivas (lo que se impone por la estructura social y las relaciones de dominación y que son conceptualizadas en términos de limitaciones y confirmaciones) y por otro las condiciones subjetivas (el margen de acción, creatividad y cuestionamiento que se aborda como penetraciones y dislocaciones). Falta en el planteo del autor, la preguntas acerca de cuál es la conexión entre ambas y por qué se presentan separadas en el análisis. La respuesta a estos interrogantes gira en torno a la pregunta sobre qué hace a la reproducción social ser lo que es y si, la capacidad de agencia de los sujetos es algo que transcurra por fuera de esa reproducción y estructura sociales. Si la respuesta es positiva la pregunta que sigue es entonces, de dónde brota la acción o ese margen de autonomía, creatividad y cuestionamiento que poseen los sujetos.
Podemos pensar la cuestión en términos de buscar conexiones o nexos entre formas culturales (“cultura contraescolar” en este caso) y estructuras sociales o bien, entender que ambas forman una totalidad que sólo es escindible en el plano del método utilizado esto es, de la representación lógica3. Quien se enfrenta a ellas en el análisis no sólo separa en categorías y conceptos (reproducción social/formas culturales, estructura/acción, objeto/sujeto, etc.) lo que en el plano real está unido, sino que se escinde a sí mismo de lo que quiere investigar y de la necesidad que tiene de hacerlo. La superación a esta situación es considerar que el punto de partida no pueden ser las categorías, conceptos o aún el objeto de investigación (por ejemplo chicos de clase obrera de un pueblo industrial inglés) sino el enfrentarse a la propia necesidad por conocer objetivamente la realidad (o una parte de ella) y transformarla4. Existen pocos trabajos el campo de las ciencias sociales que tengan por punto de partida (o mencionen al menos) la cuestión del dar cuenta de la propia necesidad de investigar. Por el contrario, esto es algo que aparece resuelto de antemano y podría quedar relegado al ámbito de la denominada “cocina de la investigación” o del dato anecdótico y/o biográfico.

1 Willis no aclara qué entiende por clase obrera y la asocia al vendedor de fuerza de trabajo que realiza una actividad manual con distinto grado de calificación y, en particular, industrial o fabril. Tampoco aclara qué entiende por clase media y parece asociarla al vendedor de fuerza de trabajo de mayor calificación que realiza labores intelectuales, administrativas y de gerenciamiento.
2 el trabajo de Willis parece ser un claro ejemplo sobre la afirmación de Grignon y Passeron acerca de que “la oscilación entre dos maneras de describir una cultura popular se observa en una misma obra, en un mismo autor, porque se encuentra en toda sociología” (1991, p. 32).

3 Iñigo Carrera, J.(2003): Conocer el capital hoy, usar críticamente El Capital, Imago Mundi, Argentina, 2007

4 GEREZ, F., ROJAS S. y SISTI P. (2009): La investigación participativa como investigación científica o la forma concreta de reconocer la unidad entre el sujeto y el objeto de análisis. Ponencia presentada en las II Jornadas Internacionales de Investigación y Debate Político “La crisis y la revolución en el mundo actual. Análisis y perspectivas”, VIII Jornadas de Investigación Histórico social Razón y Revolución, Buenos Aires, 10 al 12 de diciembre, FFyL (UBA).

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