jueves, 4 de octubre de 2012

dinero: funciones, formas y circulación


Dinero

El dinero es, en principio, una mercancía más cuyo valor de uso es el de actuar como representante general de la riqueza social. Sin embargo, las funciones que el dinero desempeña en la economía lo posicionan como una mercancía distinta a las demás.
Funciones del dinero
  • Unidad de cuenta: el dinero actúa como equivalente general del valor. Todas las mercancías expresan y miden el valor que contienen en unidades dinerarias.
  • Medio de cambio o circulación: el dinero facilita y agiliza el intercambio mercantil, es aceptado y utilizado de manera general para todas las transacciones comerciales.

  • Medio de pago: el dinero permite cancelar deudas. Por tal motivo, se puede adquirir un bien y pagarlo después (o viceversa) por lo que se puede contraer deudas y vender a crédito. Los intercambios mercantiles no son todos instantáneos, no todo lo que se produce se vende inmediatamente (como en la economía de trueque).

  • Depósito de valor: el dinero permite guardar o atesorar riqueza social es decir, permite el ahorro. Esto implica el retiro de dinero de la circulación y, además, la posibilidad de posponer o renunciar a un consumo presente para el futuro.

Formas del dinero
Existen 3 formas de dinero distintas. Una de ellas es la forma embrionaria de dinero (cuyo origen es la economía de truque) y las otras dos coexisten y conviven en una economía dineraria.
1 - Mercancía dineraria
Como resultado de la generalización de los intercambios mercantiles, una mercancía en particular pasa a ocupar el lugar del equivalente general del valor, debido a sus atributos materiales. Tal mercancía ha sido los metales preciosos (oro, plata y cobre) que, si se pudieron imponer como dinero, fue por presentar (en su materialidad como valor de uso) los siguientes atributos:

*estabilidad y durabilidad en el tiempo: el paso del tiempo no deteriora (o lo hace muy lentamente) su materialidad, a diferencia de lo que ocurre con la sal, el ganado o la madera (incluso a diferencia de otros metales, los preciosos no se oxidan).
* homogeneidad: cualquier unidad del oro es exactamente igual a las demás
* divisibilidad: los metales pueden ser fraccionados en pequeñas cantidades sin perder por eso su valor de uso
*capacidad de representar valor en pocas cantidades
* fácilmente transportable
Los metales preciosos, al actuar como mercancía dineraria, adquieren características especiales que los hacen distintos a todas las demás mercancías. Su valor se determina de igual manera que cualquier otra mercancía: por el tiempo o la cantidad de trabajo social que requiere su producción. Por tal motivo, se dice que la mercancía dineraria posee valor intrínseco es decir, contiene valor y de acuerdo a esto es la proporción en la que se cambia por cualquier mercancía en circulación.
¿Qué ocurre si varía el valor del dinero?
. Si se modifica el valor del dinero (y el de todas las demás mercancías permanece constante) los precios de las mercancías cambiarán en sentido inverso. Por ejemplo, si el valor del dinero cae a la mitad (y el valor del resto de las mercancías permanece igual) los precios de todas las mercancías aumentarán el doble. En caso contrario, si el dinero aumenta su valor, los precios de todas las mercancías (siempre y cuando permanezcan constantes sus valores) caerán en la misma proporción.
Valor nominal y valor real del dinero
En épocas anteriores al capitalismo, los señores feudales, emperadores y reyes tenían la potestad de acuñar moneda. Esto quiere decir, imprimir o sellar una pieza de metal por un medio de un cuño (molde) y darle una forma determinada. El acuñamiento de las piezas de metal precioso establecía en las mismas, además del signo del soberano, una nómina con el peso que contenían. Por ejemplo: 10 gramos de plata. De esta manera, cada moneda acuñada tenía asignado un valor nominal por la autoridad vigente. Con el trascurrir del tiempo y el correspondiente aumento en los intercambios mercantiles, el valor nominal empezó a diferir del valor real debido a distintos motivos:
  • Falsificaciones
  • Desgaste del metal por el uso o a propósito
  • Nuevo acuñamiento de dinero por parte del soberano
Valor nominal del dinero: lo que la unidad monetaria dice valer. Por ejemplo “3 táleros”
Valor real del dinero: es el valor de una unidad monetaria expresado en términos de bienes es decir, la capacidad de compra del dinero y, por consiguiente, de representar valor.
Ejemplo:
Período 1: 3 táleros = 3 manzanas
Período 2: 6 táleros = 3 manzanas o bien, 3 táleros = 3/2 manzanas

Del período 1 al 2, el dinero perdió la mitad de valor en términos de bienes es decir, reales. Nominalmente nada se modificó (“3 táleros” siguen siendo lo mismo) pero la capacidad de compra se redujo a la mitad: en el período 2 se puede adquirir la mitad de manzanas que en el período 1.

2 – Signos de valor
Con la aparición de los bancos comerciales, paulatinamente el dinero-mercancía o la mercancía dineraria se fue reemplazando por billetes de papel convertibles en oro. El valor de estos certificados estaba dado por el respaldo en oro garantizado por el banco emisor. El poseedor de estos papeles podía ir al banco emisor y exigir su cambio correspondiente en oro (de acuerdo a su valor nominal) o bien utilizarlo como dinero y transferirlo a un tercero.
Posteriormente, con la consolidación de los estados nacionales modernos se fue unificando la emisión de dinero y aparecen los actuales signos de valor (billetes y monedas) con las siguientes características:
*son inconvertibles
* no poseen valor intrínseco
* representan valor debido a que son de curso forzoso legal, dentro de un territorio nacional
* son emitidos por el estado nacional

¿Por qué un billete o moneda, a pesar de no tener valor en sí mismo, puede tener un alto valor de cambio? ¿Qué factores hacen que un billete de 100 pesos valga 100 pesos y uno de 5 valga 5 pesos?
El dinero es un instrumento de pago sancionado por el Estado. Esto resuelve la cuestión del valor nominal del dinero y su validez jurídica. Pero eso no asegura que ese dinero mantenga su poder adquisitivo. Un billete de 100 pesos, legal y nominalmente puede valer 100 pesos por muchísimos años, pero lo que importa no es sólo su valor nominal, sino su poder adquisitivo, es decir, cuánto se puede comprar con esos 100 pesos. Si lo que se puede adquirir con esos 100 pesos nominales es cada vez menos, significa que el poder de compra o poder adquisitivo del dinero se ha reducido.

3- Dinero bancario
Es el dinero puesto en circulación por los bancos comerciales a través de las operaciones de crédito y que se expresa en forma de depósitos a la vista (cajas de ahorro y cuentas corrientes).
Los bancos comerciales no conservan el total de dinero que poseen de los depositantes y ahorristas, sino que lo prestan y, de esta forma, crean dinero. El porcentaje de dinero que los bancos están obligados a conservar como reservas (y por lo tanto, no prestarlo) se denomina encaje bancario y es establecido por el Banco Central.

Circulación del dinero

En la sociedad capitalista el dinero realiza dos recorridos o formas de circulación distintas: 1) circulación simple del dinero y 2) circulación del dinero como capital.
Circulación simple del dinero
Es la que deben realizar todos los individuos que integran la sociedad capitalista para poder reproducir su vida en condiciones normales es decir, para poder vivir. El punto de partida de la circulación simple del dinero es la venta es decir, la conversión de un objeto portador de valor y útil para otros (mercancía) en el representante general del valor o la riqueza social (dinero). Esto se hace con el propósito de obtener una o varias mercancías distintas de las que se posee, necesarias para satisfacer las necesidades individuales (consumo). Por este motivo, una vez que se obtiene el dinero se lo convierte nuevamente en mercancía a través de la compra y se aleja así de su poseedor. La magnitud de riqueza social o valor no se modifica (no se agranda ni se achica) sino que cambia su forma: de mercancía en dinero y luego de dinero en otra mercancía distinta. Por ejemplo: un productor de zapatos tiene una mercancía para vender (un par de zapatos) que vale $100 pero que no le sirve como comida. Si quiere obtener comida debe convertir su mercancía en dinero y con éste comprar mercancías cuyo valor de uso sea satisfacer el apetito. Una vez que nuestro zapatero logra vender su par de zapatos y obtener el dinero, puede destinar esos $100 a la compra de diversos alimentos por esa suma. No es el objetivo del zapatero aquí ganar dinero, sino poder convertir en mercancías distintas, necesarias para su consumo personal, el dinero obtenido con la venta.


Circulación del dinero como capital
El dinero describe aquí un camino opuesto al que realiza en la circulación simple. El punto de partida, de la circulación del dinero como capital, es el dinero. Éste se destina a la compra de mercancías para luego convertirlas en dinero nuevamente. Ningún sentido tendría tal acción si la cantidad de dinero obtenida al final del movimiento fuera la misma (o menos) que la que se tiene al principio. El objetivo o propósito de la circulación del dinero como capital es entonces lograr que el dinero incremente su magnitud o tamaño inicial es decir, que se valorice o se convierta en más dinero. Al final de este movimiento encontramos que la forma del valor no se modifica (se parte de dinero y se termina con dinero) pero si su tamaño o magnitud (se agranda). Por ejemplo: con $100 se compra un par de zapatos que luego se vuelve a convertir en dinero (venta) por $110. La diferencia entre la suma inicial de dinero ($100) y la suma final ($110) es la ganancia del capital ($10).



El siguiente cuadro resume lo expuesto más arriba:


Circulación simple
Circulación como capital
Punto de partida
Mercancía (M)
Dinero (D)
Objetivo
Obtener una mercancía distinta (otro valor de uso)
Obtener una mayor cantidad de dinero (incrementar el valor de cambio)
Movimiento o flujo del dinero
Se aleja de su poseedor: M1-D-M2
Vuelve a su poseedor valorizado es decir, convertido en más dinero: D-M-D`
Magnitud y forma del valor
El valor se mantiene constante pero cambia su forma (la mercancía inicial se convierte en otra distinta).
El valor aumenta y su forma no cambia (la cantidad inicial de dinero se convierte en una más grande).


Dinero y Capital

En Economía el término capital puede significar lo siguiente:
  1. medios de producción: incluye todos los elementos que se necesitan para producir cualquier mercancía, sin incluir a la fuerza de trabajo. Por ejemplo: edificio, maquinarias, herramientas, materias primas, etc.
  2. suma de dinero que se valoriza: el capital es toda suma de dinero que se convierte en una cantidad mayor de dinero. Por tal razón, si bien el capital es una suma de dinero, no toda suma de dinero es necesariamente capital (véase la diferencia entre circulación simple del dinero y circulación del dinero como capital).

jueves, 27 de septiembre de 2012

Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera

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Reseña crítica de la obra de Paul Willis: Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de la clase obrera consiguen trabajos de clase obrera (1977) Madrid-España, Ediciones Akal S.A., 1988

La obra, tal como lo indica su subtítulo, intenta dar respuesta a la pregunta de por qué los chicos de clase obrera1 de un pueblo industrial de Inglaterra en la década del 70 acceden, al terminar la escuela, a empleos de clase obrera y, principalmente, ligados a actividades manuales o fabriles. Más allá del tema específico planteado por Willis, como pregunta inicial, el eje central de la obra gira en torno a cuál es la dinámica y las formas de la “reproducción global de la totalidad social” así como ésta es vivida, sentida, experimentada, significada y también en qué medida es resistida y cuestionada por los agentes que, en el caso que analiza el autor, son alumnos “varones de raza blanca de la clase obrera” de una escuela secundaria. El análisis de Willis se centra en dar cuenta del conjunto de prácticas, creencias, costumbres, valores y representaciones que tienen los chicos de clase obrera es decir, los procesos culturales propios y más específicamente, puesto en los términos del propio autor, la cultura contraescolar. La estructura del texto se divide en dos grandes partes. En la primera de ellas, titulada “Etnografía”, el autor presenta el material empírico recogido (fragmentos de observaciones y entrevistas), la metodología utilizada (que básicamente consiste en etnografía y entrevistas en profundidad tanto individuales como grupales) y el trabajo de campo (que se desarrolla en el pueblo industrial inglés y, en particular, en la escuela secundaria y en las fábricas que luego emplearon a los jóvenes de clase obrera). La segunda parte del libro lleva por título “Análisis” y, tal como lo indica su nombre, se dedica a la reflexión teórica y conceptual del desarrollo planteado en la primera parte.
La primera parte de la obra se divide en 3 capítulos. El primero de ellos se llama “Elementos de una cultura” y en él Willis identifica los principales componentes de la cultura de su objeto de estudio, los jóvenes de clase obrera, y que define como cultura contraescolar. Willis sostiene que ésta se caracteriza por su oposición y rechazo a toda forma de autoridad dentro del ámbito escolar y que se halla presente en un grupo de alumnos que denomina, en su traducción al español, como “colegas”. Este grupo afirma su identidad en términos de informalidad y alteridad con la autoridad escolar y con aquellos alumnos sumisos, conformistas y complacientes con la institución escolar y los adultos, llamados “pringaos”. Por tal motivo, la “cultura contraescolar” se manifiesta en determinadas prácticas y costumbres que diferencian a los “colegas” de los “pringaos” y de la autoridad escolar, personificada en profesores y directivos, y cuyos elementos principales están en el modo de vestirse y el consumo de tabaco y alcohol. Willis reconoce otros aspectos que conforman la “cultura contraescolar”: el sexismo, el racismo y el desprecio por el conocimiento portado por los profesores así también como ciertos comportamientos que consisten en bromas, chistes y la provocación de incidentes, o disturbios irrespetuosos de la normativa institucional. La “cultura contraescolar” queda así definida en función de la pertenencia a un grupo, los “colegas”, que afirma su identidad por oposición a la autoridad escolar y a otros grupos sociales tales como los “pringaos” o conformistas, las chicas y las minorías étnicas.
En los siguientes capítulos de la primera parte, Willis se ocupa de mostrar los puntos de contacto que existen entre la “cultura contraescolar” y la cultura fabril de la que, próximamente, los “colegas” formarán parte. De este modo, el autor expone cómo el machismo, la virilidad, cierto bromeo sobre la autoridad y la valoración del saber práctico y la habilidad manual (en detrimento del conocimiento académico) se hallan presentes tanto en lo que ocurre en la escuela con los “colegas”, como lo que ocurre con los obreros al interior de la fábrica. Willis observa también cómo el paradigma de la enseñanza es cuestionado por la “cultura contraescolar” ya que los colegas advierten que la obtención del título secundario no es una llave para el acceso a un trabajo mejor y distinto del que tendrían sin pasar por la educación formal, mucho menos aún para el cursado de estudios superiores (cuestión que ni siquiera se menciona). Por tal motivo, el sentido que para los “colegas” tiene la permanencia en la escuela se concentra exclusivamente en su aspecto represivo y no en las posibles ventajas asociadas a la obtención de un título o (mucho menos aún) a la formación intelectual. Esto implica que para los “colegas” ir a la escuela en modo alguno constituye un “intercambio de equivalentes” (sumisión a las normas institucionales a cambio de acreditación escolar) como lo plantea el paradigma de la enseñanza. El autor muestra así de dónde brota la oposición de la “cultura contraescolar” a la autoridad institucional y señala que “la experiencia total de la escuela es algo de lo que los ´colegas´ definitivamente quieren escapar”. Lo que espera a los “colegas” cuando logran “escapar” de la escuela es la fábrica, donde la permanencia en este lugar (señala Willis) tiene un sentido más claro y definido: afirmar la masculinidad y la actividad productiva (podríamos decir el “sentirse útil”), además de la ya conocida “oposición a la autoridad” presente en la escuela.
La segunda parte del libro está dedicada al análisis teórico de la cuestión planteada en la primera. La pregunta de Willis sobre la reproducción social, gira en torno a cómo es posible que los procesos de diferenciación y de oposición a la autoridad establecidos por los “colegas” en su recorrido por la escuela (y que son caracterizados por él como “cultura contraescolar”) se traduzcan mas tarde en una cultura obrera fabril o ligada al trabajo manual. El análisis de la cultura propia de los sectores dominados o subalternos reconoce dos perspectivas extremas y contrapuestas entre sí. Una de estas es la perspectiva populista que parte del relativismo cultural para plantear que la cultura de los sectores subalternos tiene un carácter propio, distintivo y cuestionador, respecto de la cultura dominante. Aquí se dejan de lado las relaciones de poder y dominación para realizar el análisis de los procesos culturales de los sectores populares y se hace hincapié en el carácter autónomo de la cultura popular. En el otro extremo, se halla el miserabilismo, que tiene como punto de partida el legitimismo (Grignon y Passeron, 1991) y considera que la cultura de los sectores dominados o cultura popular reconoce su especificidad y su razón de ser en las relaciones de dominación y poder de las cuales es tributaria. En esta visión, la cultura popular opera como un reflejo u homologación de las relaciones de clase en la cual está inmersa y es, por consiguiente heterónoma e incapaz, de desarrollar una particularidad propia y de cuestionar la cultura dominante. ¿Dónde se ubica Aprendiendo a trabajar dentro de esta tensión miserabilismo-populismo? La propuesta y la apuesta hecha por Willis, es la de no caer por completo en ninguno de los dos extremos y “pivotear” entre ambos2 dando lugar al análisis en dos dimensiones o niveles distintos pero no excluyentes. Para esto el autor intenta dar cuenta sobre el significado que la cultura tiene para los sujetos, identificando los elementos propios de la “cultura contraescolar”, a los que define como penetraciones, sin perder de vista las relaciones de dominación en las cuales la misma producida y reproducida (limitaciones). En tal sentido, en el capítulo 5 del libro, se da cuenta de la especificidad, lo propio y el carácter cuestionador de la “cultura contraescolar” y su posterior prolongación o reaparición en el mundo laboral. El autor advierte así que, para los “colegas”, la venta de la fuerza de trabajo se presenta como un momento de libertad, elección y trascendencia en el que da lo mismo la actividad laboral concreta y particular que deban realizar a cambio de dicha venta (Willis introduce aquí la noción marxista de “trabajo abstracto” para ilustrar esta indiferencia en la elección del empleo). De este modo, observa Willis, los “colegas” resignifican el trabajo abstracto al quitarle su anclaje al tiempo. Éste, a su vez, adquiere otro sentido distinto al burgués (que lo concibe en términos de producción de valor y generación de ganancia). En el capítulo 6 en cambio, el autor analiza la cultura de la clase obrera ubicándose en el otro extremo, el miserabilista, y advierte cómo operan las relaciones de dominación, subsunción y explotación en la “cultura contraescolar” a partir la presencia de determinados elementos (limitaciones): la ausencia de organización política, el patriarcado, el machismo, el racismo y el desdén tanto por la educación formación (bajo la forma del desprecio de los títulos oficiales) como por el trabajo intelectual.
En el capítulo 7, Willis continúa con su análisis de la “cultura contraescolar” en los dos niveles o dimensiones incorporando el papel de la ideología. Lo que aquí muestra el autor, es que la ideología se traduce por un lado, en una confirmación del lugar subordinado o subalterno que ocupa la “cultura contraescolar” dentro de la estructura social, que se expresa en una naturalización y en la conformación de “un sentido común” acerca de las divisiones al interior de la clase obrera (sexual, racial, etc.). Por otro lado, Willis encuentra que la ideología juega un papel de dislocación de la “cultura contraescolar” en relación al orden establecido, ya que cuestiona el planteo del paradigma de la enseñanza acerca del ascenso social a través de la obtención de títulos. Para los “colegas” todos los trabajos son iguales mas allá de la forma concreta que tome la actividad laboral, se trata (en definitiva) de vender la fuerza de trabajo por mas títulos que se consigan.
El capítulo 8 se titula “Notas para una teoría de las formas culturales y de la reproducción social”, en él Willis expone las conclusiones de su trabajo. Lo que el autor aquí destaca es, en primer lugar, que los procesos culturales no pueden ser pensados como meros reflejos de las relaciones de dominación (cuestión que queda clara en la incorporación de la mirada de la “cultura contraescolar” a partir de las penetraciones y las dislocaciones). En segundo lugar, el autor advierte que en la aceptación de trabajos manuales por parte de los “colegas” existe un proceso de construcción y de afirmación de una identidad subjetiva, el cual no puede abordarse en términos “mecanicistas o estructurales”. En tercer lugar, Willis sostiene que los sujetos sociales si bien reproducen el orden establecido no lo hacen pasivamente sino que, por el contrario, “son apropiadores activos que reproducen las estructuras existentes a través de la lucha, de la contestación y de una penetración parcial de aquellas estructuras” (p. 205). Por último, el autor señala que la “cultura contraescolar” genera un efecto no deseado en su oposición a la autoridad educativa y en su afirmación por oposición al mundo adulto y a los otros grupos conformistas (“pringaos”). Tal efecto es, en el planteo de Willis, la afirmación de una identidad obrera en la fábrica que logra la incorporación voluntaria de una gran proporción de chicos clase obrera hacia trabajos de clase obrera, que no es otra cosa (en definitiva) que la “autocondena” para los “colegas”.
La pregunta acerca de por qué los chicos de clase obrera consiguen trabajos de clase obrera expresa la forma que adopta la reproducción social y cómo ésta es internalizada por los agentes, cuya manifestación concreta es lo que el autor denomina “cultura contraescolar”. Willis se plantea el desafío de no caer en análisis mecanicistas, a la hora de explicar esta situación, así como tampoco a inclinar por completo la balanza hacia la capacidad creativa y autónoma del sujeto. La conclusión de su trabajo es por consiguiente, ambigua o bien, se presta a una lectura que divide por un lado condiciones objetivas (lo que se impone por la estructura social y las relaciones de dominación y que son conceptualizadas en términos de limitaciones y confirmaciones) y por otro las condiciones subjetivas (el margen de acción, creatividad y cuestionamiento que se aborda como penetraciones y dislocaciones). Falta en el planteo del autor, la preguntas acerca de cuál es la conexión entre ambas y por qué se presentan separadas en el análisis. La respuesta a estos interrogantes gira en torno a la pregunta sobre qué hace a la reproducción social ser lo que es y si, la capacidad de agencia de los sujetos es algo que transcurra por fuera de esa reproducción y estructura sociales. Si la respuesta es positiva la pregunta que sigue es entonces, de dónde brota la acción o ese margen de autonomía, creatividad y cuestionamiento que poseen los sujetos.
Podemos pensar la cuestión en términos de buscar conexiones o nexos entre formas culturales (“cultura contraescolar” en este caso) y estructuras sociales o bien, entender que ambas forman una totalidad que sólo es escindible en el plano del método utilizado esto es, de la representación lógica3. Quien se enfrenta a ellas en el análisis no sólo separa en categorías y conceptos (reproducción social/formas culturales, estructura/acción, objeto/sujeto, etc.) lo que en el plano real está unido, sino que se escinde a sí mismo de lo que quiere investigar y de la necesidad que tiene de hacerlo. La superación a esta situación es considerar que el punto de partida no pueden ser las categorías, conceptos o aún el objeto de investigación (por ejemplo chicos de clase obrera de un pueblo industrial inglés) sino el enfrentarse a la propia necesidad por conocer objetivamente la realidad (o una parte de ella) y transformarla4. Existen pocos trabajos el campo de las ciencias sociales que tengan por punto de partida (o mencionen al menos) la cuestión del dar cuenta de la propia necesidad de investigar. Por el contrario, esto es algo que aparece resuelto de antemano y podría quedar relegado al ámbito de la denominada “cocina de la investigación” o del dato anecdótico y/o biográfico.

1 Willis no aclara qué entiende por clase obrera y la asocia al vendedor de fuerza de trabajo que realiza una actividad manual con distinto grado de calificación y, en particular, industrial o fabril. Tampoco aclara qué entiende por clase media y parece asociarla al vendedor de fuerza de trabajo de mayor calificación que realiza labores intelectuales, administrativas y de gerenciamiento.
2 el trabajo de Willis parece ser un claro ejemplo sobre la afirmación de Grignon y Passeron acerca de que “la oscilación entre dos maneras de describir una cultura popular se observa en una misma obra, en un mismo autor, porque se encuentra en toda sociología” (1991, p. 32).

3 Iñigo Carrera, J.(2003): Conocer el capital hoy, usar críticamente El Capital, Imago Mundi, Argentina, 2007

4 GEREZ, F., ROJAS S. y SISTI P. (2009): La investigación participativa como investigación científica o la forma concreta de reconocer la unidad entre el sujeto y el objeto de análisis. Ponencia presentada en las II Jornadas Internacionales de Investigación y Debate Político “La crisis y la revolución en el mundo actual. Análisis y perspectivas”, VIII Jornadas de Investigación Histórico social Razón y Revolución, Buenos Aires, 10 al 12 de diciembre, FFyL (UBA).

La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo.


Reseña crítica de la obra de Richard Senet: La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona-España, Anagrama, 2000

La pregunta fundamental que estructura la obra de Richard Senet La corrosión del carácter, gira en torno a cómo las transformaciones ocurridas en el capitalismo, a partir de la década del 70, impactan (negativamente) en el individuo, corroyendo su carácter es decir, su yo. El autor analiza así de que manera el inicio de una nueva etapa en el capitalismo, que denomina flexible, dificulta a los individuos la construcción del carácter a partir del trastocamiento de aspectos tales como la rutina, los hábitos, la concepción del tiempo y la capacidad para relacionarse con el otro y establecer lazos duraderos. Para esto, Senet se basa en el análisis de ciertos casos, que utiliza para ilustrar su argumentación, aunque no hace lo que estrictamente puede considerarse un trabajo de campo (etnografía o entrevistas en profundidad). La corrosión del carácter se estructura en 8 capítulos, cuyo contenido será brevemente expuesto a continuación. Luego se presentarán las apreciaciones críticas de la obra.
El primer capítulo está dedicado al análisis de la modificación en la concepción de tiempo, de una generación a otra, como expresión de la aparición de una nueva etapa del capitalismo que el autor denomina capitalismo flexible y capitalismo a corto plazo. El autor da cuenta así de cómo mientras una generación vivía en el “largo plazo” y en la estabilidad del trabajo, en las rutinas y en las relaciones sociales; la siguiente generación está obligada a vivir en la inmediatez y el corto plazo. Esto implica, para Senet, ausencia de compromiso, confianza y sacrificio pero además la imposibilidad de generar lazos durables con los otros, que garanticen seguridad para la constitución del yo. De este modo, se produce una disociación entre voluntad y comportamiento así como entre carácter y experiencia, que atentan contra la posibilidad de construcción de la identidad.
El capítulo II aborda la transformación del carácter (su corrosión) a partir de lo que ocurre con la rutina. Para esto, Senet compara y contrapone las perspectivas de Smith y Diderot sobre la rutina. El autor encuentra así que en un caso, la rutina es vista en su aspecto degradante y embrutecedor para el individuo (Smith) y, en el otro (Diderot), es considerada en su capacidad de componer la narrativa cotidiana de una vida es decir, de darle un sentido al quitar incertidumbre. Senet sostiene que en el capitalismo flexible la rutina se ve disminuida (e incluso en ciertos sectores de la economía desaparece) y con ello la posibilidad de conformar una identidad basada en el compromiso y la confianza. El autor cuestiona así el planteo de que con la pérdida de la rutina y su efecto degradante, como consecuencia de la flexibilidad, los individuos ganan mayor autonomía ya que sostiene que también se pierde el otro aspecto de la rutina: el compromiso y la confianza en el futuro.
Los capítulos III y IV de la obra, se centran en analizar los cambios en las estructuras formales de las instituciones, en lo que hace a la organización del trabajo y la distribución del poder dentro de las mismas. Senet observa así que, en el capitalismo flexible, la tradicional estructura piramidal y jerárquica da lugar a estructuras en forma de redes donde el poder se concentra pero no reside en un único centro. Además, las organizaciones deben adaptarse al cambio permanente, por ejemplo a través de horarios flexibles, ya que la producción debe responder ahora a la inestabilidad de la demanda y del consumo. Todo esto, analiza Senet, se traduce en la necesidad de contar con un carácter capaz de desarrollarse en un orden social signado por la inestabilidad y el cambio constantes, donde las certezas son escasas. Sin embargo, el autor afirma que todos estos cambios no se tradujeron (como se esperaba) en un aumento de la productividad1. En este contexto, el autor afirma que sólo unos pocos individuos “se sienten cómodos en el nuevo capitalismo” (p. 65) y son los multimillonarios de Davos. En cambio, para quienes no logran adaptarse al nuevo capitalismo (que son la mayor parte de los trabajadores), se observa un conocimiento superficial del proceso productivo y por tal motivo “el trabajo no les resulta legible, en el sentido de que ya no comprenden lo que están haciendo” (p. 71).
El siguiente capítulo trata acerca de cómo el riesgo, en el capitalismo flexible, deja de ser patrimonio exclusivo de los capitalistas y de los inversores para extenderse al resto de la sociedad. En tal sentido, Senet sostiene que las condiciones impuestas por la nueva etapa del capitalismo hacen que los trabajadores deban asumir el riesgo como un aspecto cotidiano de sus trayectorias laborales. Ya no existen garantías de permanecer por tiempo indefinido en un mismo puesto de trabajo y en una misma empresa. Por el contrario, Senet plantea que lo que impera en el capitalismo flexible es la incertidumbre sobre el futuro y el cambio permanente; donde además, la experiencia y la madurez dejan de ser un valor en detrimento de la juventud y la flexibilidad.
El capítulo VI se denomina “La ética del trabajo” y aquí el autor da cuenta del surgimiento de un nuevo ethos asociado con el capitalismo flexible. Senet describe así el pasaje de una ética (planteada por Weber) basada en la demostración individual del valor moral del trabajo y el ascetismo, a una ética que, en oposición a la anterior, está centrada en el trabajo en equipo. No obstante, esta nueva ética presenta, en el enfoque del autor, diversas “ficciones” relacionadas con la mayor participación (que oculta la superficialidad del trabajo que se realiza), la competencia (disfrazada de “cooperación”) y el “guía o coordinador” (encubriendo la figura del “jefe” y las relaciones de dominación).
El capítulo VII aborda la cuestión del fracaso, entendiéndolo como un elemento que (dentro del capitalismo flexible) se extiende desde las clases trabajadoras a las clases medias. En la nueva etapa del capitalismo ya no es posible estructurar y planear una vida a partir del desarrollo profesional como sí ocurría en épocas anteriores. Para dar cuenta de esta situación, Senet recurre a lo ocurrido con programadores que fueron despedidos de la empresa IBM, como consecuencia de un proceso de reducción de personal y de reestructuración de la compañía. A partir de esta experiencia concreta, el autor observa cómo en el capitalismo flexible el yo debe construirse a partir de narrativas que no remiten a la tradición pero que, a la vez, tampoco pueden proyectarse a largo plazo. Los individuos se ven obligados a construir su identidad a partir de experiencias fragmentadas y cambiantes signadas por el riesgo y la incertidumbre.
El último capítulo presenta en cierto modo (ya que no está explícito) las conclusiones del trabajo. Senet plantea aquí el cambio que el capitalismo flexible impone en el sentido del “nosotros” es decir, la identidad colectiva. El autor analiza así de qué manera las condiciones laborales impuestas por el nuevo capitalismo (trabajo en equipo y superficial, horario flexible, inestabilidad, etc.) provocan una debilidad en la conformación de identidades colectivas para los trabajadores. Ocurre que el “nosotros” se genera por oposición no a capitalistas, sino a otros grupos de trabajadores inmigrantes que son vistos como amenaza a sus puestos de trabajo por la competencia que representan. Por otra parte, Senet da cuenta de cómo pese a que las instituciones del capitalismo flexible tienen mayor grado de autonomía, esto no se traduce a los individuos. Por el contrario, se traduce en vulnerabilidad, lo que implica que el vínculo social se vea debilitado y con ello la posibilidad de constituir identidades (sea individuales o colectivas) ancladas en la confianza, la estabilidad y la seguridad.
Las conclusiones que se pueden deducir de La corrosión del carácter están vinculadas con el planteo de que en el capitalismo flexible se rompe el tejido social y no se rearticula o bien, se reconfigura en la debilidad, la inestabilidad y la vulnerabilidad. Esto implica que los soportes colectivos y las instituciones que, en la etapa anterior, daban sentido y enraizaban la vida cotidiana en un horizonte de previsibilidad, certeza y seguridad. La nueva etapa capitalista impone así el corto plazo y el riesgo como moneda corriente, lo que junto con la pérdida de anclajes institucionales obligan a los individuos a una mayor exigencia para construir su yo es decir, su identidad. Esto se refleja, según lo que se muestra a lo largo del libro, en la modificación de las rutinas (que ya no orientan la cotidianeidad), la concepción del tiempo (el corto plazo), los talentos o capacidades (exigencia de descubrir capacidades potenciales antes que reales) y en la imposibilidad de establecer vínculos duraderos con los otros. Por consiguiente, de acuerdo al autor, los individuos pierden el control sobre la propia vida y se convierten en sujetos pasivos de lo que les sucede, perdiendo capacidad de darle sentido a su vida cotidiana y a sus experiencias (hecho que se refleja por ejemplo en el conocimiento superficial del trabajo que se realiza). Es así cómo Senet intenta mostrar la corrosión del carácter como expresión subjetiva de un cambio operado a nivel estructural en el funcionamiento del capitalismo.
La corrosión del carácter es una obra donde el peso del análisis parecería estar puesto en las condiciones estructurales u objetivas antes que en el sujeto. En tal sentido, la propuesta de Senet deja poco espacio o margen de maniobra a la capacidad de acción o agencia de los actores sociales, si bien queda claro que la experiencia no es mecánica ni es un mero reflejo de los procesos que ocurren a nivel macrosocial. Una de las críticas que podría formularse al trabajo, es su falta de rigurosidad científica a la hora de construir los datos que utiliza el autor para realizar su análisis. Como se señaló en la introducción de esta reseña, La corrosión del caracter adolece de un trabajo de campo serio o, al menos, no está claro de donde salen las diversas fuentes utilizadas por Senet a lo largo del libro: Enrico y su hijo (las dos generaciones de trabajadores), la panadería, la empresa IBM, el Trout Bar, etc. No obstante, aquí podría argumentarse (a favor de Senet) que el propósito del libro es más bien ensayístico antes que científico y que, como tal, puede permitirse esas licencias en la recolección de datos empíricos. El principal aporte de la obra es sin duda el planteo de que todo cambio estructural o general (capitalismo flexible en este caso) no puede no tener efectos visibles y concretos en los individuos. Por el contrario, dicho cambio se refleja o se manifiesta sobre los agentes, en lo que hace a sus hábitos, rutinas y demás aspectos cotidianos que, podrían parecer insignificantes o poco relevantes.

1 Esta afirmación es por lo menos discutible. En primer lugar, por el propio concepto de productividad y su medición a lo largo del tiempo ya que implica partir del supuesto de que tanto las mercancías que produce el trabajo como el trabajo mismo mantienen constancia cualitativa (Iñigo Carrera, 2008). En segundo lugar, la productividad atraviesa fases de expansión y contracción de acuerdo a los ciclos del capital y, en particular durante la etapa que analiza Senet, muestra la tendencia inversa a la que sostiene el autor (Iñigo Carrera, 2008).

La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas


Reseña crítica de la obra de Anthony Giddens: La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas (1992) Madrid-España, Ediciones Cátedra, 2004

La principal preocupación de la obra de Giddens, La transformación de la intimidad, es cómo se constituye el sujeto en la sociedad moderna1. Aparece así planteada una de las cuestiones centrales de la disciplina sociológica y de las ciencias sociales en general: la relación entre estructura y acción o bien, en otras palabras, el nexo entre los determinantes (o aspectos) objetivos y el sujeto. El autor se inclina por el sujeto y su capacidad de acción en un contexto donde, a diferencia del orden tradicional, no existen marcos normativos externos para la constitución de su identidad. El “yo” moderno se construye así de manera reflexiva y con mayor autonomía pero, al mismo tiempo (debido a la menor presencia de las tradiciones), en medio de tensiones y angustias. La identidad o el yo es, para el autor, un “proyecto reflexivo” y como tal nunca está acabado ni completo sino en permanente reelaboración y modificación. Giddens elige como elemento central de su análisis y de su argumentación teórica, qué ocurre en relación a la sexualidad y las relaciones amorosas en las sociedades occidentales contemporáneas (en especial en las centrales o desarrolladas). La obra no está construida en base a un clásico trabajo de campo hecho por el propio autor sino que se sirve de fuentes secundarias, para ilustrar y respaldar muchos de sus principales argumentos, así como también de manuales de autoayuda, revistas de interés general, novelas y hasta incluso películas.
La transformación de la intimidad está estructurada en 10 capítulos. El primero de ellos se ocupa de mostrar como las transformaciones ocurridas en las conductas sexuales de la sociedad moderna, dieron lugar a la emergencia de nuevas formas de sentir y vivir la sexualidad. De este modo, Giddens observa una tendencia a la igualdad sexual entre hombres y mujeres (nacida en principio de la posibilidad que ofrece la modernidad, a través de los métodos de contracepción, de desligar la sexualidad a la reproducción) y que se expresa en que, por ejemplo, una mujer ahora tiene varios amantes antes de casarse, que la virginidad deja de ser un valor y que no se entrega pasivamente al dominio sexual masculino. Por otra parte, el autor señala que la homosexualidad es reconocida (como una identidad sexual distinta) y es cada vez más aceptada. Estos cambios, en el enfoque de Giddens, dan cuenta de cómo, en la sociedad actual, la sexualidad no es algo dado o impuesto absolutamente (como ocurría en épocas anteriores) por el peso de la tradición y el orden normativo. Por el contrario, la sexualidad es cada vez más una cuestión abierta y maleable (sexualidad plástica), acorde con un proyecto de construcción del yo por parte de los individuos.
El segundo capítulo del libro está dedicado al análisis y a la crítica, por parte de Giddens, de las reflexiones de Foucault en relación a la sexualidad. Lo que Giddens le reprocha a Foucault es por un lado, dejar de lado las conexiones entre la sexualidad y el amor romántico. Por otro, no tener en cuenta que los saberes generados en torno a la sexualidad no sólo constituyen un elemento de poder y control sino también posibilitan mejorar las relaciones amorosas. En definitiva, Giddens destaca el elemento emancipatorio que para el sujeto, tiene la sexualidad (su carácter plástico y su relación con el amor romántico) en la sociedad moderna. Las instituciones modernas no son vistas entonces por el autor en su aspecto represivo y de constreñimiento (como sí podría hacerlo Foucault) sino en su carácter de reflexividad, el cual transforma la vida cotidiana de los individuos y otorga nuevos marcos para la acción.
Los capítulos III y IV de La transformación de la intimidad abordan elementos centrales para sostener la hipótesis central de la obra, que son el amor romántico, la relación pura y el amor confluente. Giddens sostiene que el amor romántico es un elemento, propio de la sociedad occidental moderna, que se diferencia del amor pasión, presente en otras épocas históricas. Éste último se caracteriza por su conexión directa con la atracción sexual y la pasión, lo que implica ruptura con la rutina y el deber de los individuos. Existe así en el amor pasión un elemento disruptivo, conflictivo y desorganizador de las relaciones personales y la cotidianeidad.
El amor romántico, por el contrario, pone el acento en la proyección hacia el otro y ubica en un segundo plano la búsqueda del placer sexual. El amor romántico nace asociado a la femineidad y es exclusivamente heterosexual; tiende a ser conservador y reproductor de la cotidianeidad en la medida que se basa en un vínculo estable y que se plantea (al menos en principio) para siempre. En el amor romántico se ofrece un lugar de subordinación para las mujeres al relegarlas al hogar y separarlas del mundo exterior. Giddens muestra de que manera el amor romántico permite observar como la sexualidad se diferencia de la reproducción y el matrimonio, de la mano de la introducción de dos procesos en la sociedad moderna: la separación de la casa o vivienda y la unidad productiva, que dio lugar a la conformación de una esfera de intimidad y privacidad asociada a lo que hoy conocemos como “hogar”, y la aparición de un modelo de relación afectiva que implica ver al otro por lo que es y no por su función social (marido o proveedor económico) o por el orden normativo (institución matrimonial). No obstante, Giddens señala que el amor romántico implica una “eternización” del amor en la medida en que se idealiza al otro (se busca un “complemento”, una “media naranja”, un único amor), se proyecta un futuro (amor para siempre) y se asocia con la maternidad (constitución de una familia).
Con la relación pura Giddens define un vínculo amoroso establecido entre pares es decir, en relación de igualdad donde “se prosigue sólo en la medida en que se juzga por ambas partes que esta asociación produce la suficiente satisfacción para cada individuo” (p. 60). De este modo, la relación pura está sostenida en la medida que sea sentimental y sexualmente redituable para sus participantes. La relación pura da lugar así al amor confluente, el cual se caracteriza por la confianza recíproca y la búsqueda de la meta del mutuo placer sexual. Para esto, los individuos recurren a “las fuentes de información, consejo y formación sexual”. Giddens señala también que a diferencia del amor romántico, el amor confluente es contingente, no es únicamente heterosexual e implica una situación de igualdad emocional en el dar y recibir. Tampoco hay aquí idealización del otro, proyección ni eternización de la relación. Este tipo de relación entra en conflicto con el amor romántico aunque no lo desplaza ni tampoco, en lo que analiza el autor, implica una amenaza para su existencia. Más bien, lo que el autor intenta mostrar con el amor confluente y la relación pura es la tendencia hacia el avance en una mayor reflexividad, tanto por parte de los individuos como de las instituciones, y de nuevos marcos (alternativos a los tradicionales) en la construcción de las relaciones íntimas y en la constitución de la identidad. Se ve así, en este razonamiento, una mayor intervención del individuo en la elaboración de su intimidad y, por esta vía, de lo que lo define como tal esto es, de su propia subjetividad.
Los capítulos V, VI, VII y VIII se centran en mostrar el carácter problemático de la construcción del yo en la sociedad moderna. Giddens sostiene que la caída, el repliegue o bien la transformación en el papel que juegan los marcos normativos externos (morales, religiosos y tradicionales) implican que la constitución de la identidad esté sujeta a la elección entre varios estilos de vida posibles, situación que fue ilustrada más arriba con el surgimiento de la relación pura y el amor confluente. Ahora bien, el autor señala que el proyecto reflexivo del yo no está exento de contradicciones, conflictos, tensiones y angustias para los agentes. Por el contrario, el retraimiento de las tradiciones y los marcos normativos externos da lugar a que la seguridad ontológica de los individuos (obligada a la elección permanente y a la reflexividad constante y creciente) se afirme en compulsiones, adicciones y relaciones de codependencia (donde la seguridad ontológica está sujeta al sostenimiento de la relación). El capítulo VIII aborda la contradicción que encierra la relación pura en la medida que se sostiene sobre la confianza hacia el otro pero, dicha confianza, no tiene más base de sustento que la propia intimidad que brinda la relación. La relación pura carece así, según Giddens, de referentes externos claros que garanticen su continuidad por lo que siempre existe el riesgo que finalice. Por otra parte, la relación pura puede ocasionar que sus integrantes se vuelvan dependientes de la misma, de sus rutinas y costumbres, resignándose así espacios de autonomía personal y, por tanto, del proyecto reflexivo del yo.
En el capítulo IX, Giddens analiza críticamente los desarrollos sobre sexualidad y represión de autores como Foucault, Marcuse y Reich. Nuevamente, la principal crítica que formula Giddens a ellos es su excesivo interés en el análisis de la represión sexual de la sociedad moderna en detrimento del aspecto emancipador que la sexualidad fue adquiriendo paulatinamente en la actualidad. Claramente, puede observarse la discusión y la diferencia que plantea Giddens en torno las perspectivas de corte estructuralista (al menos tal como él las presenta) ofrecidas por Foucault, Marcuse y Reich. Para Giddens la sexualidad, lejos de ser un elemento del “poder” (en términos foucaultianos), es una “propiedad referencial” del individuo en la medida en que se convierte en objeto de reflexión y definición permanentes. De este modo en la sociedad moderna, la sexualidad “normal” (sujeta a los sistemas normativos tradicionales) se convierte en una opción más entre varias posibles, lo que obliga al individuo a una reflexión constante en relación a lo que elige para sí como estilo de vida. Por último, el autor sostiene que la mayor autonomía asociada al surgimiento la sexualidad plástica y a su papel central en el proyecto reflexivo del yo, no suponen o requieren una transformación social de carácter general y profundo (revolución). Mas bien, en lo que plantea Giddens, esa transformación ocurre al nivel de la intimidad de las relaciones interpersonales y, en todo caso, es desde allí desde donde debe pensarse el cambio estructural.
El último capítulo de esta obra, titulado “La intimidad como democracia”, contiene acaso el análisis de corte más político de todo el desarrollo argumentativo. Giddens plantea aquí la emergencia de la “democratización de la vida personal” en la medida que avanza el modelo de la relación pura en las relaciones no sólo de pareja sino también de padres e hijos, de amistad y parentesco. El proyecto reflexivo del yo implica mayor autonomía para los individuos en la construcción de su identidad, ya que ésta no está sujeta a dogmas y mandatos morales impuestos por la tradición o la religión. Las relaciones interpersonales en este contexto, sólo tienen razón de ser si ofrecen a los sujetos un grado de satisfacción que no atente contra su seguridad ontológica. Ahora bien, señala Giddens, la democracia (en su sentido liberal más clásico) juega un papel fundamental ya que ofrece las condiciones políticas generales para que el proyecto reflexivo del yo se pueda desarrollar plenamente.
La transformación de la identidad ofrece como principal aporte su problematización de la identidad. Además, algo que debe destacarse es el papel que otorga al sujeto en la construcción identitaria y cómo esto si bien implica autonomía y reflexividad, supone, al mismo tiempo, tensiones, conflictos y angustias. Giddens da cuenta en este trabajo de cómo, en la modernidad, el agente está obligado a elegir entre varios estilos de vida posibles y a poner en cuestión por qué hace lo que hace y es lo que es.
Las críticas que pueden hacerse a La transformación de la intimidad giran en torno al modo en el que Giddens plantea la identidad y la acción política. En primer lugar, el autor no da cuenta (ni siquiera lo menciona) de la posibilidad de la construcción de una identidad que no sea individual es decir, de una identidad colectiva que trascienda el yo. Más aún, Giddens centra la cuestión política de manera exclusiva en la democracia y, más concretamente, en lo que denomina democratización radical que no es más que mayores márgenes de autonomía para la vida personal y la construcción de las relaciones personales. El autor cae así en una naturalización del orden social vigente e incluso niega explícitamente la posibilidad de superación en otra forma social: “no tenemos necesidad de esperar en una revolución sociopolítica para elaborar programas de emancipación, ni tampoco esa revolución nos ayudaría mucho” (p. 165). La emancipación social queda así subsumida en lograr que se profundicen los cambios ocurridos en la sexualidad y en su consiguiente “proyecto reflexivo del yo”.
1 Por sociedad moderna Giddens entiende la sociedad occidental actual a la que, en otros trabajos, define como modernidad “tardía” o “reciente” (Giddens, 1991).

Mozart. Sociología de un genio


Reseña crítica de la obra de Norbert Elías (1991): Mozart. Sociología de un genio. Barcelona-España, Editorial Península, 1998

La pregunta o el eje central de la obra de Elías, Mozart. Sociología de un genio, gira en torno a cuáles fueron las relaciones sociales que dieron lugar a las características individuales portadas en la persona y la obra de Mozart. De este modo, los argumentos de Elías apuntan a sostener la tesis de que cualquier individualidad o subjetividad, por mas “genial” o “virtuoso” que pueda ser en un determinado arte como por ejemplo la música en el caso de Mozart, no implica un esencialismo o algo que pueda desarrollarse y ser lo que es, al margen o separado de la configuración social. El libro Mozart. Sociología de un genio no es por tanto una mera descripción biográfica de la vida y obra del músico, sino que esto sirve de excusa al autor para interpretar, en términos sociológicos, y dar sentido al recorrido individual de la vida de una persona como Mozart. Elías critica así, ciertas miradas sobre Mozart que escinden, en forma artificial y arbitraria, la figura del “genio” de la “persona” y sostiene que, por el contrario, ambas forman una unidad en la que una no puede entenderse sin la otra. En tal sentido se desarrolla el análisis del autor a lo largo del libro. Cabe aclarar, que Elías no pudo editar ni mucho menos publicar en vida el libro, razón que podría explicar (entre otras cosas) el estilo ensayístico que presenta el mismo, la ausencia de una conclusión y la sensación que se tiene (cuando se termina de leerlo) de que es más bien un borrador.
El autor comienza la obra con el planteo de un conflicto y una divergencia que atraviesa la vida de Mozart: una obra musical llena de sentido para la sociedad y una existencia individual sin sentido para su creador. Esta falta de sentido, propia de la vida de Mozart, implicó una permanente búsqueda de afecto, tanto físico como emocional, que se vio reflejada no sólo en su creación artística (caracterizada como “llena de sentimiento”) sino también que se tradujo en la búsqueda de reconocimiento a través de la música. Ahora bien, los conflictos que afectaron a Mozart fueron producto de la relaciones intrafamiliares y, en particular, con su padre. Elías muestra cómo desde muy pequeño, el padre de Mozart (músico también) le enseñó las artes musicales y lo llevó de corte en corte buscando, a través del hijo, ascender socialmente y convertirse en un cortesano. Mozart adquiere así de muy niño, una necesidad de reconocimiento permanente y está expuesto y sometido a una constante evaluación y exigencia por parte de su padre.
Otro de los conflictos que atraviesa la vida y la obra de Mozart, es la disputa entre la nobleza y la burguesía (en ascenso) en las sociedades europeas, durante la segunda mitad del siglo XVIII. En este contexto, la vida de Mozart transcurrió en una oscilación cotidiana entre los círculos cortesanos y los círculos de lo que (hoy denominaríamos) pequeñoburgueses. Como artista “artesanal”, Mozart producía su música para un público cortesano al que no pertenecía (por extracción social) pero al que frecuentaba regularmente es decir, que tenía una proximidad física con la nobleza pese a su distancia social (dada por su condición no cortesana). Elías argumenta que surge aquí una ambivalencia en Mozart, como consecuencia del trato recibido por los cortesanos quienes, pese a reconocer la genialidad de su obra, lo trataban como a un subalterno. De este modo, aparece una “identificación con la nobleza cortesana y su estética” y un “resentimiento por las afrentas recibidas” (p. 30) que nunca, en lo que narra Elías, excedió los límites del enfrentamiento personal. Lo que encuentra el autor en esta cierta rebeldía de Mozart hacia los nobles, es una proyección del enfrentamiento del músico con su padre, quien siempre se ajustó al orden cortesano e intentó (sin éxito) formar parte de él.
El recorrido de Mozart. Sociología de un genio, continúa con la explicación de un hecho más que va a marcar la producción artística de Mozart: la transición de una producción “artesanal” a una “libre”. En la época de Mozart, no existe aún un público consumidor de música fuera del ámbito de las cortes. Por tal motivo, la producción artística para cualquier músico burgués de la época (como era el caso de Mozart) debía ajustarse al gusto y a los parámetros de la corte. No obstante, Elías plantea que Mozart tuvo la particularidad de convertirse en un artista “libre” que, como tal, podía componer y crear con independencia de la corte en la cual ejecutaba luego su música, en un momento histórico en el que esta situación era poco frecuente por lo dicho más arriba: no existía un mercado o público fuera del ámbito cortesano o noble. Ahora bien, Elías explica que si Mozart deja de ser un artista “artesanal” para convertirse en un artista “libre” no se debe a una abstracta elección o preferencia que brotara de una libre y pensada decisión por parte del músico. El autor sostiene que lo que lleva a Mozart a ser un artista “libre” y a producir su arte con relativa independencia de las cortes es su ya mencionado conflicto con los nobles, con los cuales mantuvo una posición ambigua: “quería ser apreciado por ellos y quería ser tratado como una persona con el mismo valor gracias a su capacidad musical” (p. 45). Sin embargo, Mozart no contaba con un mercado editorial que le garantizara consumidores anónimos para su producción musical y, por tal razón, debió transitar de corte en corte ofreciendo su arte.
En otro apartado del libro, titulado El artista en el ser humano, Elías pone en cuestión las visiones de los biógrafos de Mozart quienes, en sus relatos, separan al “artista” de la “persona”. En estas visiones biográficas, el arte de Mozart es presentado como algo revestido de una sobrenaturalidad y genialidad incapaz de surgir de una persona cuya conducta y forma de relacionarse con el otro era no sólo de lo más corriente sino incluso vulgar y ordinaria. Elías expone aquí el problema de la sublimación, que es el proceso creativo del arte donde se logra que los aspectos ligados a la subjetividad y experiencia personal de un individuo se “desprivaticen” es decir, se objetiven convirtiéndose en algo con significado y sentido para los otros. Este producto artístico adquiere así una existencia independiente de su creador y lo trasciende (tal es el caso de Mozart cuyas obras son escuchadas hoy en día). Elías es claro en este punto al plantear que esta capacidad creadora, portada por ejemplo en Mozart, no puede estar portada en las condiciones genéticas o innatas de los seres humanos. Por el contrario, es puramente artificial y como tal sólo puede emerger de las relaciones sociales que conforman al individuo y lo hacen ser lo que es. Ahora bien, que tal capacidad creadora como la de Mozart esté portada en una persona cuyas conductas remiten a una cierta animalidad y vulgaridad responde, en el análisis del autor, a la contradicción “siempre renovada y todavía no superada del estadio de evolución actual entre el hombre civilizado y su carácter animal (…) Se trata de un problema no superado de la civilización.” (p. 62). De este modo, el autor es claro al sostener que la música (al igual que cualquier otra creación artística) es producto de una conciencia individual la cual, a su vez, “es específicamente social” (p. 74). La pregunta que cabe aquí hacerle al análisis expuesto por Elías es sobre cuáles son las determinaciones históricas que están en juego para que la conciencia pueda crear arte. En este sentido, ¿cómo debe verse a sí mismo el individuo para que de su conciencia puedan surgir los denominados “procesos sublimatorios”?
El siguiente tramo del libro aborda la cuestión está dedicado a indagar en las relaciones intrafamiliares en las que se desarrolló Mozart desde la temprana infancia. Elías muestra así como desde muy pequeño Mozart es instruido, de forma rígida y estricta, por su padre en la música (aprende a tocar el piano a los 3 años) para lograr, a través del hijo, acceder a la nobleza cortesana. La relación que el padre de Mozart establece con su hijo, estuvo así enmarcada por la transmisión de sus propias frustraciones como músico: nunca pudo, por mérito propio, formar parte de los círculos cortesanos. El análisis expuesto en la obra, da cuenta de cómo la empresa del padre de Mozart era de difícil realización debido al papel que la música jugaba en la corte. En principio, convertirse en músico de una corte implicaba superar una fuerte competencia. En segundo lugar, la música debía ajustarse al gusto de los cortesanos y esto dejaba un exiguo margen para la expresión personal y el sentimiento individual. Elías postula que la obra de Mozart se ajusta al parámetro estético del gusto cortesano y su “genialidad” es apreciada y reconocida pero su manera de relacionarse con los cortesanos huye de las formas y los modales establecidos dentro de esos ámbitos. La personalidad y el modo de comportarse de Mozart no se correspondían entonces con los propios de los círculos cortesanos. Elías analiza el tipo de bromas y el lenguaje vulgar empleado por Mozart en sus cartas para dar cuenta de esta situación, donde aparece un Mozart que no se afirma en los modales y las formas cortesanas.
El esfuerzo de Elías por dar una explicación de una personalidad como Mozart que supere las aparentes escisiones entre “individuo” y “sociedad” es destacable. En este sentido, ninguna vida individual por más destacada, particular y única que pueda ser en un arte, disciplina o al frente de un determinado proceso histórico o político puede ser pensada al margen de las relaciones sociales que le dan origen y forman parte de su recorrido temporal. Elías retoma así la vieja cuestión de si la conciencia determina el ser o bien, tal como parece sostener el autor, el ser social determina la conciencia1. De esta manera, Mozart no es presentado entonces por el autor, como un “genio” que se desarrolló en un determinado contexto que operó sobre él de modo accesorio, anecdótico y circunstancial. El análisis de Elías permite observar que una subjetividad como la de Mozart es el resultado de todas las contradicciones inmersas en el entramado de relaciones sociales de la época, tanto en un nivel macro o estructural (conflicto entre burgueses y cortesanos o el pasaje de la “música artesanal” a la “artística”) como en un nivel individual o microsocial (búsqueda de afecto y reconocimiento2, relación con su padre y con los cortesanos). No podemos pensar por tanto a los individuos (por mas única e influyente que parezca su obra artística o su personalidad) como átomos cuya existencia se explica al margen de la sociedad. Este es el gran aporte que deja Mozart. Sociología de un genio.
1 “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia”. Marx, K.(1859): Contribución a la crítica de la Economía Política, Ediciones Estudio, Argentina, 1975, p. 9
2 una observación que puede hacerse aquí al autor es que casi no menciona a la madre de Mozart. Esta situación (una madre ausente) podría explicar la “falta de afecto” y la constante búsqueda de reconocimiento por parte del músico. Sin embargo, este elemento no está presente en el análisis de Elías.