Reseña
crítica de la obra de Anthony Giddens: La
transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las
sociedades modernas (1992)
Madrid-España,
Ediciones Cátedra, 2004
La
principal preocupación de la obra de Giddens, La
transformación de la intimidad,
es cómo se constituye el sujeto en la sociedad moderna1.
Aparece así planteada una de las cuestiones centrales de la
disciplina sociológica y de las ciencias sociales en general: la
relación entre estructura y acción o bien, en otras palabras, el
nexo entre los determinantes (o aspectos) objetivos y el sujeto. El
autor se inclina por el sujeto y su capacidad de acción en un
contexto donde, a diferencia del orden tradicional, no existen marcos
normativos externos para la constitución de su identidad. El “yo”
moderno se construye así de manera reflexiva y con mayor autonomía
pero, al mismo tiempo (debido a la menor presencia de las
tradiciones), en medio de tensiones y angustias. La identidad o el yo
es, para el autor, un “proyecto reflexivo” y como tal nunca está
acabado ni completo sino en permanente reelaboración y modificación.
Giddens elige como elemento central de su análisis y de su
argumentación teórica, qué ocurre en relación a la sexualidad y
las relaciones amorosas en las sociedades occidentales contemporáneas
(en especial en las centrales o desarrolladas). La obra no está
construida en base a un clásico trabajo de campo hecho por el propio
autor sino que se sirve de fuentes secundarias, para ilustrar y
respaldar muchos de sus principales argumentos, así como también
de manuales de autoayuda, revistas de interés general, novelas y
hasta incluso películas.
La
transformación de la intimidad
está estructurada en 10 capítulos. El primero de ellos se ocupa de
mostrar como las transformaciones ocurridas en las conductas sexuales
de la sociedad moderna, dieron lugar a la emergencia de nuevas formas
de sentir y vivir la sexualidad. De este modo, Giddens observa una
tendencia a la igualdad sexual entre hombres y mujeres (nacida en
principio de la posibilidad que ofrece la modernidad, a través de
los métodos de contracepción, de desligar la sexualidad a la
reproducción) y que se expresa en que, por ejemplo, una mujer ahora
tiene varios amantes antes de casarse, que la virginidad deja de ser
un valor y que no se entrega pasivamente al dominio sexual masculino.
Por otra parte, el autor señala que la homosexualidad es reconocida
(como una identidad sexual distinta) y es cada vez más aceptada.
Estos cambios, en el enfoque de Giddens, dan cuenta de cómo, en la
sociedad actual, la sexualidad no es algo dado o impuesto
absolutamente (como ocurría en épocas anteriores) por el peso de la
tradición y el orden normativo. Por el contrario, la sexualidad es
cada vez más una cuestión abierta y maleable (sexualidad
plástica),
acorde con un proyecto de construcción del yo por parte de los
individuos.
El
segundo capítulo del libro está dedicado al análisis y a la
crítica, por parte de Giddens, de las reflexiones de Foucault en
relación a la sexualidad. Lo que Giddens le reprocha a Foucault es
por un lado, dejar de lado las conexiones entre la sexualidad y el
amor romántico. Por otro, no tener en cuenta que los saberes
generados en torno a la sexualidad no sólo constituyen un elemento
de poder y control sino también posibilitan mejorar las relaciones
amorosas. En definitiva, Giddens destaca el elemento emancipatorio
que para el sujeto, tiene la sexualidad (su carácter plástico y su
relación con el amor romántico) en la sociedad moderna. Las
instituciones modernas no son vistas entonces por el autor en su
aspecto represivo y de constreñimiento (como sí podría hacerlo
Foucault) sino en su carácter de reflexividad, el cual transforma
la vida cotidiana de los individuos y otorga nuevos marcos para la
acción.
Los
capítulos III y IV de La
transformación de la intimidad abordan
elementos centrales para sostener la hipótesis central de la obra,
que son el amor
romántico,
la relación
pura y
el amor
confluente.
Giddens sostiene que el amor
romántico
es un elemento, propio de la sociedad occidental moderna, que se
diferencia del amor
pasión,
presente en otras épocas históricas. Éste último se caracteriza
por su conexión directa con la atracción sexual y la pasión, lo
que implica ruptura con la rutina y el deber de los individuos.
Existe así en el amor
pasión
un elemento disruptivo, conflictivo y desorganizador de las
relaciones personales y la cotidianeidad.
El
amor
romántico,
por el contrario, pone el acento en la proyección hacia el otro y
ubica en un segundo plano la búsqueda del placer sexual. El amor
romántico
nace asociado a la femineidad y es exclusivamente heterosexual;
tiende a ser conservador y reproductor de la cotidianeidad en la
medida que se basa en un vínculo estable y que se plantea (al menos
en principio) para siempre. En el amor
romántico
se ofrece un lugar de subordinación para las mujeres al relegarlas
al hogar y separarlas del mundo exterior. Giddens muestra de que
manera el amor romántico permite observar como la sexualidad se
diferencia de la reproducción y el matrimonio, de la mano de la
introducción de dos procesos en la sociedad moderna: la separación
de la casa o vivienda y la unidad productiva, que dio lugar a la
conformación de una esfera de intimidad y privacidad asociada a lo
que hoy conocemos como “hogar”, y la aparición de un modelo de
relación afectiva que implica ver al otro por lo que es y no por su
función social (marido o proveedor económico) o por el orden
normativo (institución matrimonial). No obstante, Giddens señala
que el amor
romántico
implica una “eternización” del amor en la medida en que se
idealiza al otro (se busca un “complemento”, una “media
naranja”, un único amor), se proyecta un futuro (amor para
siempre) y se asocia con la maternidad (constitución de una
familia).
Con
la relación
pura
Giddens define un vínculo amoroso establecido entre pares es decir,
en relación de igualdad donde “se prosigue sólo en la medida en
que se juzga por ambas partes que esta asociación produce la
suficiente satisfacción para cada individuo” (p. 60). De este
modo, la relación
pura
está sostenida en la medida que sea sentimental y sexualmente
redituable para sus participantes. La relación
pura da
lugar así al amor
confluente,
el cual se caracteriza por la confianza recíproca y la búsqueda de
la meta del mutuo placer sexual. Para esto, los individuos recurren a
“las fuentes de información, consejo y formación sexual”.
Giddens señala también que a diferencia del amor
romántico,
el amor
confluente
es contingente, no es únicamente heterosexual e implica una
situación de igualdad emocional en el dar y recibir. Tampoco hay
aquí idealización del otro, proyección ni eternización de la
relación. Este tipo de relación entra en conflicto con el amor
romántico aunque no lo desplaza ni tampoco, en lo que analiza el
autor, implica una amenaza para su existencia. Más bien, lo que el
autor intenta mostrar con el amor
confluente
y la relación
pura es
la tendencia hacia el avance en una mayor reflexividad, tanto por
parte de los individuos como de las instituciones, y de nuevos marcos
(alternativos a los tradicionales) en la construcción de las
relaciones íntimas y en la constitución de la identidad. Se ve
así, en este razonamiento, una mayor intervención del individuo en
la elaboración de su intimidad y, por esta vía, de lo que lo define
como tal esto es, de su propia subjetividad.
Los
capítulos V, VI, VII y VIII se centran en mostrar el carácter
problemático de la construcción del yo en la sociedad moderna.
Giddens sostiene que la caída, el repliegue o bien la transformación
en el papel que juegan los marcos normativos externos (morales,
religiosos y tradicionales) implican que la constitución de la
identidad esté sujeta a la elección entre varios estilos de vida
posibles, situación que fue ilustrada más arriba con el surgimiento
de la relación
pura y
el amor
confluente.
Ahora bien, el autor señala que el proyecto reflexivo del yo no
está exento de contradicciones, conflictos, tensiones y angustias
para los agentes. Por el contrario, el retraimiento de las
tradiciones y los marcos normativos externos da lugar a que la
seguridad ontológica de los individuos (obligada a la elección
permanente y a la reflexividad constante y creciente) se afirme en
compulsiones, adicciones y relaciones de codependencia (donde la
seguridad ontológica está sujeta al sostenimiento de la relación).
El capítulo VIII aborda la contradicción que encierra la relación
pura en
la medida que se sostiene sobre la confianza hacia el otro pero,
dicha confianza, no tiene más base de sustento que la propia
intimidad que brinda la relación. La relación
pura
carece así, según Giddens, de referentes externos claros que
garanticen su continuidad por lo que siempre existe el riesgo que
finalice. Por otra parte, la relación
pura
puede ocasionar que sus integrantes se vuelvan dependientes de la
misma, de sus rutinas y costumbres, resignándose así espacios de
autonomía personal y, por tanto, del proyecto reflexivo del yo.
En
el capítulo IX, Giddens analiza críticamente los desarrollos sobre
sexualidad y represión de autores como Foucault, Marcuse y Reich.
Nuevamente, la principal crítica que formula Giddens a ellos es su
excesivo interés en el análisis de la represión sexual de la
sociedad moderna en detrimento del aspecto emancipador que la
sexualidad fue adquiriendo paulatinamente en la actualidad.
Claramente, puede observarse la discusión y la diferencia que
plantea Giddens en torno las perspectivas de corte estructuralista
(al menos tal como él las presenta) ofrecidas por Foucault, Marcuse
y Reich. Para Giddens la sexualidad, lejos de ser un elemento del
“poder” (en términos foucaultianos), es una “propiedad
referencial” del individuo en la medida en que se convierte en
objeto de reflexión y definición permanentes. De este modo en la
sociedad moderna, la sexualidad “normal” (sujeta a los sistemas
normativos tradicionales) se convierte en una opción más entre
varias posibles, lo que obliga al individuo a una reflexión
constante en relación a lo que elige para sí como estilo de vida.
Por último, el autor sostiene que la mayor autonomía asociada al
surgimiento la sexualidad
plástica
y a su papel central en el proyecto reflexivo del yo, no suponen o
requieren una transformación social de carácter general y profundo
(revolución). Mas bien, en lo que plantea Giddens, esa
transformación ocurre al nivel de la intimidad de las relaciones
interpersonales y, en todo caso, es desde allí desde donde debe
pensarse el cambio estructural.
El
último capítulo de esta obra, titulado “La intimidad como
democracia”, contiene acaso el análisis de corte más político de
todo el desarrollo argumentativo. Giddens plantea aquí la emergencia
de la “democratización de la vida personal” en la medida que
avanza el modelo de la relación
pura en
las relaciones no sólo de pareja sino también de padres e hijos, de
amistad y parentesco. El proyecto reflexivo del yo implica mayor
autonomía para los individuos en la construcción de su identidad,
ya que ésta no está sujeta a dogmas y mandatos morales impuestos
por la tradición o la religión. Las relaciones interpersonales en
este contexto, sólo tienen razón de ser si ofrecen a los sujetos un
grado de satisfacción que no atente contra su seguridad ontológica.
Ahora bien, señala Giddens, la democracia (en su sentido liberal más
clásico) juega un papel fundamental ya que ofrece las condiciones
políticas generales para que el proyecto reflexivo del yo se pueda
desarrollar plenamente.
La
transformación de la identidad
ofrece como principal aporte su problematización de la identidad.
Además, algo que debe destacarse es el papel que otorga al sujeto en
la construcción identitaria y cómo esto si bien implica autonomía
y reflexividad, supone, al mismo tiempo, tensiones, conflictos y
angustias. Giddens da cuenta en este trabajo de cómo, en la
modernidad, el agente está obligado a elegir entre varios estilos de
vida posibles y a poner en cuestión por qué hace lo que hace y es
lo que es.
Las
críticas que pueden hacerse a La
transformación de la intimidad
giran en torno al modo en el que Giddens plantea la identidad y la
acción política. En primer lugar, el autor no da cuenta (ni
siquiera lo menciona) de la posibilidad de la construcción de una
identidad que no sea individual es decir, de una identidad colectiva
que trascienda el yo. Más aún, Giddens centra la cuestión política
de manera exclusiva en la democracia y, más concretamente, en lo que
denomina democratización
radical
que no es más que mayores márgenes de autonomía para la vida
personal y la construcción de las relaciones personales. El autor
cae así en una naturalización del orden social vigente e incluso
niega explícitamente la posibilidad de superación en otra forma
social: “no tenemos necesidad de esperar en una revolución
sociopolítica para elaborar programas de emancipación, ni tampoco
esa revolución nos ayudaría mucho” (p. 165). La emancipación
social queda así subsumida en lograr que se profundicen los cambios
ocurridos en la sexualidad y en su consiguiente “proyecto reflexivo
del yo”.
1
Por sociedad moderna Giddens entiende la sociedad occidental actual
a la que, en otros trabajos, define como modernidad “tardía” o
“reciente” (Giddens, 1991).
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