jueves, 27 de septiembre de 2012

La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas


Reseña crítica de la obra de Anthony Giddens: La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas (1992) Madrid-España, Ediciones Cátedra, 2004

La principal preocupación de la obra de Giddens, La transformación de la intimidad, es cómo se constituye el sujeto en la sociedad moderna1. Aparece así planteada una de las cuestiones centrales de la disciplina sociológica y de las ciencias sociales en general: la relación entre estructura y acción o bien, en otras palabras, el nexo entre los determinantes (o aspectos) objetivos y el sujeto. El autor se inclina por el sujeto y su capacidad de acción en un contexto donde, a diferencia del orden tradicional, no existen marcos normativos externos para la constitución de su identidad. El “yo” moderno se construye así de manera reflexiva y con mayor autonomía pero, al mismo tiempo (debido a la menor presencia de las tradiciones), en medio de tensiones y angustias. La identidad o el yo es, para el autor, un “proyecto reflexivo” y como tal nunca está acabado ni completo sino en permanente reelaboración y modificación. Giddens elige como elemento central de su análisis y de su argumentación teórica, qué ocurre en relación a la sexualidad y las relaciones amorosas en las sociedades occidentales contemporáneas (en especial en las centrales o desarrolladas). La obra no está construida en base a un clásico trabajo de campo hecho por el propio autor sino que se sirve de fuentes secundarias, para ilustrar y respaldar muchos de sus principales argumentos, así como también de manuales de autoayuda, revistas de interés general, novelas y hasta incluso películas.
La transformación de la intimidad está estructurada en 10 capítulos. El primero de ellos se ocupa de mostrar como las transformaciones ocurridas en las conductas sexuales de la sociedad moderna, dieron lugar a la emergencia de nuevas formas de sentir y vivir la sexualidad. De este modo, Giddens observa una tendencia a la igualdad sexual entre hombres y mujeres (nacida en principio de la posibilidad que ofrece la modernidad, a través de los métodos de contracepción, de desligar la sexualidad a la reproducción) y que se expresa en que, por ejemplo, una mujer ahora tiene varios amantes antes de casarse, que la virginidad deja de ser un valor y que no se entrega pasivamente al dominio sexual masculino. Por otra parte, el autor señala que la homosexualidad es reconocida (como una identidad sexual distinta) y es cada vez más aceptada. Estos cambios, en el enfoque de Giddens, dan cuenta de cómo, en la sociedad actual, la sexualidad no es algo dado o impuesto absolutamente (como ocurría en épocas anteriores) por el peso de la tradición y el orden normativo. Por el contrario, la sexualidad es cada vez más una cuestión abierta y maleable (sexualidad plástica), acorde con un proyecto de construcción del yo por parte de los individuos.
El segundo capítulo del libro está dedicado al análisis y a la crítica, por parte de Giddens, de las reflexiones de Foucault en relación a la sexualidad. Lo que Giddens le reprocha a Foucault es por un lado, dejar de lado las conexiones entre la sexualidad y el amor romántico. Por otro, no tener en cuenta que los saberes generados en torno a la sexualidad no sólo constituyen un elemento de poder y control sino también posibilitan mejorar las relaciones amorosas. En definitiva, Giddens destaca el elemento emancipatorio que para el sujeto, tiene la sexualidad (su carácter plástico y su relación con el amor romántico) en la sociedad moderna. Las instituciones modernas no son vistas entonces por el autor en su aspecto represivo y de constreñimiento (como sí podría hacerlo Foucault) sino en su carácter de reflexividad, el cual transforma la vida cotidiana de los individuos y otorga nuevos marcos para la acción.
Los capítulos III y IV de La transformación de la intimidad abordan elementos centrales para sostener la hipótesis central de la obra, que son el amor romántico, la relación pura y el amor confluente. Giddens sostiene que el amor romántico es un elemento, propio de la sociedad occidental moderna, que se diferencia del amor pasión, presente en otras épocas históricas. Éste último se caracteriza por su conexión directa con la atracción sexual y la pasión, lo que implica ruptura con la rutina y el deber de los individuos. Existe así en el amor pasión un elemento disruptivo, conflictivo y desorganizador de las relaciones personales y la cotidianeidad.
El amor romántico, por el contrario, pone el acento en la proyección hacia el otro y ubica en un segundo plano la búsqueda del placer sexual. El amor romántico nace asociado a la femineidad y es exclusivamente heterosexual; tiende a ser conservador y reproductor de la cotidianeidad en la medida que se basa en un vínculo estable y que se plantea (al menos en principio) para siempre. En el amor romántico se ofrece un lugar de subordinación para las mujeres al relegarlas al hogar y separarlas del mundo exterior. Giddens muestra de que manera el amor romántico permite observar como la sexualidad se diferencia de la reproducción y el matrimonio, de la mano de la introducción de dos procesos en la sociedad moderna: la separación de la casa o vivienda y la unidad productiva, que dio lugar a la conformación de una esfera de intimidad y privacidad asociada a lo que hoy conocemos como “hogar”, y la aparición de un modelo de relación afectiva que implica ver al otro por lo que es y no por su función social (marido o proveedor económico) o por el orden normativo (institución matrimonial). No obstante, Giddens señala que el amor romántico implica una “eternización” del amor en la medida en que se idealiza al otro (se busca un “complemento”, una “media naranja”, un único amor), se proyecta un futuro (amor para siempre) y se asocia con la maternidad (constitución de una familia).
Con la relación pura Giddens define un vínculo amoroso establecido entre pares es decir, en relación de igualdad donde “se prosigue sólo en la medida en que se juzga por ambas partes que esta asociación produce la suficiente satisfacción para cada individuo” (p. 60). De este modo, la relación pura está sostenida en la medida que sea sentimental y sexualmente redituable para sus participantes. La relación pura da lugar así al amor confluente, el cual se caracteriza por la confianza recíproca y la búsqueda de la meta del mutuo placer sexual. Para esto, los individuos recurren a “las fuentes de información, consejo y formación sexual”. Giddens señala también que a diferencia del amor romántico, el amor confluente es contingente, no es únicamente heterosexual e implica una situación de igualdad emocional en el dar y recibir. Tampoco hay aquí idealización del otro, proyección ni eternización de la relación. Este tipo de relación entra en conflicto con el amor romántico aunque no lo desplaza ni tampoco, en lo que analiza el autor, implica una amenaza para su existencia. Más bien, lo que el autor intenta mostrar con el amor confluente y la relación pura es la tendencia hacia el avance en una mayor reflexividad, tanto por parte de los individuos como de las instituciones, y de nuevos marcos (alternativos a los tradicionales) en la construcción de las relaciones íntimas y en la constitución de la identidad. Se ve así, en este razonamiento, una mayor intervención del individuo en la elaboración de su intimidad y, por esta vía, de lo que lo define como tal esto es, de su propia subjetividad.
Los capítulos V, VI, VII y VIII se centran en mostrar el carácter problemático de la construcción del yo en la sociedad moderna. Giddens sostiene que la caída, el repliegue o bien la transformación en el papel que juegan los marcos normativos externos (morales, religiosos y tradicionales) implican que la constitución de la identidad esté sujeta a la elección entre varios estilos de vida posibles, situación que fue ilustrada más arriba con el surgimiento de la relación pura y el amor confluente. Ahora bien, el autor señala que el proyecto reflexivo del yo no está exento de contradicciones, conflictos, tensiones y angustias para los agentes. Por el contrario, el retraimiento de las tradiciones y los marcos normativos externos da lugar a que la seguridad ontológica de los individuos (obligada a la elección permanente y a la reflexividad constante y creciente) se afirme en compulsiones, adicciones y relaciones de codependencia (donde la seguridad ontológica está sujeta al sostenimiento de la relación). El capítulo VIII aborda la contradicción que encierra la relación pura en la medida que se sostiene sobre la confianza hacia el otro pero, dicha confianza, no tiene más base de sustento que la propia intimidad que brinda la relación. La relación pura carece así, según Giddens, de referentes externos claros que garanticen su continuidad por lo que siempre existe el riesgo que finalice. Por otra parte, la relación pura puede ocasionar que sus integrantes se vuelvan dependientes de la misma, de sus rutinas y costumbres, resignándose así espacios de autonomía personal y, por tanto, del proyecto reflexivo del yo.
En el capítulo IX, Giddens analiza críticamente los desarrollos sobre sexualidad y represión de autores como Foucault, Marcuse y Reich. Nuevamente, la principal crítica que formula Giddens a ellos es su excesivo interés en el análisis de la represión sexual de la sociedad moderna en detrimento del aspecto emancipador que la sexualidad fue adquiriendo paulatinamente en la actualidad. Claramente, puede observarse la discusión y la diferencia que plantea Giddens en torno las perspectivas de corte estructuralista (al menos tal como él las presenta) ofrecidas por Foucault, Marcuse y Reich. Para Giddens la sexualidad, lejos de ser un elemento del “poder” (en términos foucaultianos), es una “propiedad referencial” del individuo en la medida en que se convierte en objeto de reflexión y definición permanentes. De este modo en la sociedad moderna, la sexualidad “normal” (sujeta a los sistemas normativos tradicionales) se convierte en una opción más entre varias posibles, lo que obliga al individuo a una reflexión constante en relación a lo que elige para sí como estilo de vida. Por último, el autor sostiene que la mayor autonomía asociada al surgimiento la sexualidad plástica y a su papel central en el proyecto reflexivo del yo, no suponen o requieren una transformación social de carácter general y profundo (revolución). Mas bien, en lo que plantea Giddens, esa transformación ocurre al nivel de la intimidad de las relaciones interpersonales y, en todo caso, es desde allí desde donde debe pensarse el cambio estructural.
El último capítulo de esta obra, titulado “La intimidad como democracia”, contiene acaso el análisis de corte más político de todo el desarrollo argumentativo. Giddens plantea aquí la emergencia de la “democratización de la vida personal” en la medida que avanza el modelo de la relación pura en las relaciones no sólo de pareja sino también de padres e hijos, de amistad y parentesco. El proyecto reflexivo del yo implica mayor autonomía para los individuos en la construcción de su identidad, ya que ésta no está sujeta a dogmas y mandatos morales impuestos por la tradición o la religión. Las relaciones interpersonales en este contexto, sólo tienen razón de ser si ofrecen a los sujetos un grado de satisfacción que no atente contra su seguridad ontológica. Ahora bien, señala Giddens, la democracia (en su sentido liberal más clásico) juega un papel fundamental ya que ofrece las condiciones políticas generales para que el proyecto reflexivo del yo se pueda desarrollar plenamente.
La transformación de la identidad ofrece como principal aporte su problematización de la identidad. Además, algo que debe destacarse es el papel que otorga al sujeto en la construcción identitaria y cómo esto si bien implica autonomía y reflexividad, supone, al mismo tiempo, tensiones, conflictos y angustias. Giddens da cuenta en este trabajo de cómo, en la modernidad, el agente está obligado a elegir entre varios estilos de vida posibles y a poner en cuestión por qué hace lo que hace y es lo que es.
Las críticas que pueden hacerse a La transformación de la intimidad giran en torno al modo en el que Giddens plantea la identidad y la acción política. En primer lugar, el autor no da cuenta (ni siquiera lo menciona) de la posibilidad de la construcción de una identidad que no sea individual es decir, de una identidad colectiva que trascienda el yo. Más aún, Giddens centra la cuestión política de manera exclusiva en la democracia y, más concretamente, en lo que denomina democratización radical que no es más que mayores márgenes de autonomía para la vida personal y la construcción de las relaciones personales. El autor cae así en una naturalización del orden social vigente e incluso niega explícitamente la posibilidad de superación en otra forma social: “no tenemos necesidad de esperar en una revolución sociopolítica para elaborar programas de emancipación, ni tampoco esa revolución nos ayudaría mucho” (p. 165). La emancipación social queda así subsumida en lograr que se profundicen los cambios ocurridos en la sexualidad y en su consiguiente “proyecto reflexivo del yo”.
1 Por sociedad moderna Giddens entiende la sociedad occidental actual a la que, en otros trabajos, define como modernidad “tardía” o “reciente” (Giddens, 1991).

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