domingo, 30 de marzo de 2008

En torno a la crisis argentina de 2001-2002

El planteo de Bonnet respecto a las causas que precipitaron la crisis argentina de 2001-2002, es el de que por un lado, los capitalistas argentinos (y extranjeros que actúan en el país) fueron incapaces de aplicar la “racionalización de la organización de la producción” requerida para sostener un aumento constante en la productividad del trabajo y un nivel de competitividad, acordes al tipo de cambio impuesto por la convertibilidad en la década del noventa. Por otro lado, Bonnet enfatiza lo que considera otra de las causas de la caída de la convertibilidad y el consecuente estallido de la crisis: la resistencia de los trabajadores a la explotación. Esta, en la exposición del autor, atraviesa distintas etapas en las cuales los sujetos sociales y las demandas planteadas fueron variando hasta la conformación de una “nueva fuerza social”. Tal proceso no parecería ser mas que la expresión política de la crisis o de un despertar creciente de la resistencia social ante la “hegemonía menemista”. En este razonamiento, la potencialidad de la acción política de la clase obrera y las perspectivas adoptadas por la acumulación de capital en Argentina para desembocar en una crisis, aparecen vaciadas de contenido y determinación. Las formas políticas surgidas serían un resultado de la “resistencia” o de la “lucha” sin mas necesidad para su razón de ser que la acción colectiva de la clase obrera en sí y por sí misma. En otras palabras el autor no parece concebir las formas políticas como una necesidad del propio proceso de acumulación de capital para regenerarse en otras condiciones concretas. No puede verse en este análisis, especificidad o particularidad alguna en relación al proceso de acumulación de capital en Argentina y a la crisis generada en 2001-2002. Toda explicación del autor parte de la lucha de clases o de la “resistencia” como contenido de las formas de acción política e inclusive, en última instancia, parecería que hasta de la misma crisis.
El análisis hecho por Damill, Frenkel y Juvenal se alza como una crítica a lo que llaman visión “fiscalista” de la crisis. De acuerdo a los autores la crisis no puede ser entendida (como hace el FMI y buena parte de la academia) desde el punto de vista del papel jugado por la política fiscal. No obstante, en el enfoque de los autores la crisis respondería a un aspecto institucional: la implementación de una política económica en particular que demostró (según lo ocurrido en otros países de Latinoamérica) estar condenada al fracaso es decir, derivar en una crisis. Dicha política económica fue aplicada en Argentina durante la década del noventa y supuso una serie de medidas (tales como la fijación del tipo de cambio, la apertura comercial y financiera, etc.) que desembocaron en una “fragilidad externa” de la economía ante los flujos internacionales de capital y las crisis de otros países. Así, el momento en que estos afluyeron al ámbito nacional marcó el contexto internacional que hizo viable la implementación del régimen de caja de conversión. Sin embargo, cuando esta situación se revierte (ante el cambio en los flujos de capital y la crisis mexicana) la convertibilidad tambalea y la economía argentina amenaza con entrar en crisis (panorama que se presenta en 1995) ante la escasez de divisas necesarias para el sostenimiento de la paridad cambiaria. Pese a esto, la ayuda clave del FMI permite salvar la convertibilidad y patear el advenimiento de la crisis hacia delante. Con la crisis asiática de 1997, rusa y brasilera de 1998 la economía entra en un proceso de contracción que no sólo no va a revertirse, sino que va a derivar en la crisis de 2001-2002. La explicación de las causas de la crisis queda así reducida a una política económica incorrecta o inadecuada que, al desproteger la economía de los cambios económicos internacionales, la precipitó mas temprano que tarde en la crisis. En palabras de los propios autores: “la principal causa no fue una política fiscal dispendiosa, sino el efecto combinado de la fragilidad externa y el contagio de las crisis de Asia, Rusia y Brasil” . En esta visión no se considera (o se lo hace de manera muy superficial) las formas políticas adoptadas por la acumulación de capital en la convertibilidad en general y, menos aún, a medida que mas próxima estuvo la crisis. Por otra parte, toda potencialidad presentada por el proceso de acumulación de capital en Argentina parecería quedar reducida al paquete de medidas contempladas en una determinada política económica.
Para Iñigo Carrera las causas de la crisis de 2001-2002 deben buscarse en lo ocurrido con la acumulación de capital en Argentina en los 25 años previos a que la misma se desate. Lo que acontece en este período, en el planteo del autor, es el sostenimiento de la valorización de los capitales industriales que producen para el mercado interno, a partir de la apropiación de renta diferencial de la tierra y de la venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor esto es, la caída persistente y sostenida del salario real. En la década del noventa en particular, la acumulación de capital presentó la particularidad de utilizar la sobrevaluación cambiaria como vía de transferencia de renta hacia los capitales industriales que actuaban para el mercado interno. Una vez realizada su valorización estos capitales giraban sus utilidades (multiplicadas por la mediación cambiaria) provocando un constante y creciente drenaje de divisas. El principal modo en que, para el autor, el estado nacional pudo sostener la paridad cambiaria fue, además de la ya mencionada apropiación de renta, el endeudamiento público externo. Iñigo Carrera afirma que a partir de la década del sesenta hubo un ingreso neto de divisas en concepto de deuda externa, que se hace significativo en la década del noventa para el sostenimiento del tipo de cambio en particular y, en general, de la modalidad del proceso de acumulación de capital. Al producirse una crisis en 2001 a nivel mundial, del denominado “capital ficticio”, el flujo de riqueza social detiene su marcha y la convertibilidad se hace cada vez mas insolvente. En términos del propio autor: “la crisis mundial y la crisis nacional, agudizada como expresión específica de la primera, tornaron insostenible la expansión efectiva de la deuda para reponer las reservas de divisas drenadas por el sector privado .”
Desde el punto de vista de Iñigo Carrera, esta crisis económica requirió, para poder manifestarse como tal en toda su magnitud y dimensión, de las formas de acción política que emergieron. De este modo, los saqueos primero y la llamada “crisis de representación” (expresada en la consigna: “que se vayan todos”) después, fueron las formas de acción políticas necesarias para que el proceso de acumulación de capital para despojarse de una forma política (gobierno de la Alianza) y adoptar otra (Partido Justicialista). En el razonamiento del autor, esta última expresión política era la única con la capacidad (dadas sus bases sociales de representación) de dar curso a la aguda contracción productiva y a sus nefastas consecuencias para la clase obrera argentina: caída pronunciada del salario real y multiplicación veloz e importante de la población sobrante para el capital. En este planteo, todo cambio del que parecía portadora la acción concluyente de “cacerolazo” y el “piquete” (vista por Bonnet como la “nueva fuerza social”) no encerró más necesidad y potencialidad que el de la reproducción de la acumulación de capital sobre una nueva base.
La conclusión a la que se puede arribar, a la luz de los planteos expuestos, es que todo análisis de la crisis del 2001-2002 en particular y de cualquier otra crisis en general, que no se proponga avanzar en el conocimiento integral de las relaciones sociales de producción (vistas estas como la forma histórica en que se realiza un proceso natural de producción y reproducción de la vida humana) está condenado a dos posibilidades que niegan, cada uno de distinto modo, el conocimiento científico: la primera es caer en inversiones idealistas o ideológicas es decir, convertir la necesidad de una crisis y de una acción política en general en algo que brota del aire o de la conciencia sola y en sí misma sin determinación material alguna de la cual sea expresión concreta. Por otra parte, dar cuenta de las determinaciones de las crisis sin entender que estas son parte normal y necesaria del funcionamiento del modo de producción capitalista, es tener una mirada ideológica por negar este rasgo inherente a las sociedades regidas, en su proceso de vida humana, por la valorización del valor como relación social general.
La otra posibilidad, es la de detenerse en el puro contenido económico de las formas sociales y reducirlo a un abstracto problema de “funcionamiento de las variables macroeconómicas” o del problema de cómo se implementa una determinada política económica para traducirse en una crisis. Tal mirada induce a caer en la apariencia de que por un lado están las relaciones económicas y por otro las sociales, naturalizando o fetichizando así a las primeras.

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